jueves, 28 de mayo de 2009

¿Azar o Destino?


Un día de 1993, desde su oficina, Ron O´Mullane marcó en el teléfono un número local de seis dígitos, de Nueva Gales del Sur, Australia. Su hija contestó en otro estado en un número de nueve dígitos. El 8 de abril de 1994, volvió a marcar un número telefónico local y respondió otra de sus hijas, en Calgary, Canadá, esta vez en un número de 15 dígitos.

Pocas vidas humanas están libres de coincidencias. Por ejemplo, una coincidencias de 100.000 a 1 parece un suceso poco probable, pero éstas son las oportunidades para ganar algunas loterías, lo que ocurre todos los días. El fenomenologista estadounidense Charles Fort, muerto en 1932, especulaba que las coincidencias eran organizadas por una fuerza que él llamaba el Bromista Cósmico. En Das Gesetz der Serie (La Ley de las series) publicada en el año de 1919, el biólogo austriaco Paul Kammerer definió las coincidencias como la manifestación de un principio natural que actúa independientemente de causas físicas.


La serie de la rosa “Peace” habría fascinado a Fort y a Kammerer. Durante la Segunda Guerra Mundial, la American Rose Society decidió llamar “Peace” a una rosa francesa recientemente cultivada. La ceremonia de titulación sería el 29 de abril de 1945, precisamente el día de la caída de Berlín. Ese año, la sociedad regaló una rosa “Peace” a los delegados de la primera reunión de las Naciones Unidas. Ese mismo día se firmó el alto el fuego en Europa. La rosa recibió el premio All-America el día de la rendición de Japón, y la medalla de oro de la sociedad el mismo día en que se firmó el tratado de paz con Japón. Esas fechas de la rosa “Peace” se planearon mucho antes de que ocurrieran los sucesos descritos.

En 1952, Carl Gustav Jung acuñó el término “sincronicidad” para describir “una coincidencia en el tiempo de dos o más acontecimientos no relacionados, que tienen un significado igual o similar”. Entre los ejemplos que cita en Synchronicity: An Acausal Connecting Principle se encuentra el relato del señor Deschamps quien, siendo niño, recibió una vez un budín de ciruelas de un tal señor de Fortgibu. Diez años después, Deschamps pidió un budín de ciruelas en un restaurante de París, pero el último se lo había llevado… el señor de Fortgibu. Mucho tiempo después, mientras saboreaba un budín de ciruelas en una fiesta, Deschamps bromeó diciendo que aquel budín se le había escapado al señor de Fortgibu. En ese momento llegó un anciano que se había equivocado de dirección. Deschamps reconoció al instante al señor de Fortgibu.

Jung cuenta también un relato del escritor Wilhelm von Scholz sobre las fotografías que una alemana le tomó a su hijo. Entregó la película en Estrasburgo para que la revelaran, pero el inicio de la Primera Guerra Mundial impidió que la recogiera. Dos años después, en Francfort, la mujer compró una película para fotografiar a su hija pequeña. El laboratorio descubrió que la película había sido doblemente expuesta: las imágenes de debajo eran las de su hijo, tomadas en 1914. La película original había vuelto a circular y había viajado entre dos ciudades.

Una coincidencia más reciente afectó al actor británico Anthony Hopkins. Tras obtener un papel importante en la versión cinematográfica de The Girl from Petrovka, de George Feifer, en 1971, buscó la novela en las librerías de Londres, sin ningún éxito. De regreso a su casa, encontró un ejemplar en un asiento de la estación del metro Leicester Square. En 1973, en el escenario de la película en Viena, Feifer dijo a Hopkins que le había prestado el último ejemplar de la novela a un amigo de Londres, quien lo había perdido. Hopkins descubrió que era el mismo libro que tenía, ya que las anotaciones de Feifer se encontraban en su interior.

Las coincidencias también pueden aportar beneficios inesperados. En febrero de 1994, el australiano Peter Burns perdió su reloj en el mar en Byron Bay, 700 kilómetros al norte de Sydney. Unas seis semanas después, en una imprenta ubicada en Sydney, mencionó casualmente el hecho a un empleado que llevaba un reloj similar. “Creo que es el suyo”, le dijo el joven. Su madre lo había encontrado en la playa de Byron Bay.

Contrariamente a la visión pesimista de la vida que expresa Gloucester en El Rey Lear de Shakesperare, al decir que “los humanos somos para los dioses como las moscas para los niños juguetones: nos matan para su recreo”, las coincidencias sean naturales o maquinadas por alguna fuerza cósmica, son más favorables que negativas…

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