domingo, 25 de enero de 2015

Frank O.Gehry – Arquitectura brotada del subconsciente


Frente a la aplastante tecnificación de nuestra época, Frank Gehry consigue sumergirnos en el mundo mágico e irracional del arte con una impactante arquitectura que parece brotar directamente del subconsciente.

No se sabe de dónde procede la idea. Su arquitectura recrea las estructuras de un mundo soñado o imaginado, que primero se hace realidad en la mente del artista para adquirir consistencia física a través de sus manos. De hecho, Frank Gehry es un arquitecto que frecuentemente trabaja con las manos: esboza frenéticos dibujos de líneas irreales y modela maquetas con diversos materiales, y así nacen las formas, pero éstas se transforman y se remodelan una y otra vez.

Las ideas pasan constantemente del papel a la maqueta y las maquetas se digitalizan para ser engullidas por complejos programas de ordenador. Las tecnologías más avanzadas se adaptan y se someten al método de trabajo de este arquitecto que concibe formas escultóricas, que explora los volúmenes y la geometría del edificio, huyendo de lo estático y de lo fijo para, por el contrario, transmitir emoción, fuerza, tensión, cambio y evolución. El movimiento se incorpora a la obra, deviniendo una arquitectura extraña y discutible, pero llena de fuerza, una arquitectura caótica en apariencia, pues convoca energías desbocadas que, finalmente, generan un nuevo orden. Sus edificios son enormes esculturas concebidas como obras artísticas personales e irrepetibles, ajenas al mundo de la producción en serie, que generan poderosos iconos que dotan de nueva identidad a los lugares y ciudades donde se emplazan.

La arquitectura de Frank Gehry sorprende siempre por su fuerte impacto visual y emocional. Los volúmenes colisionan y generan fuerzas energéticas que parecen fluir entre sus geometrías
ondulantes. Los materiales apelan directamente a nuestra sensibilidad con sus atrevidos colores y sus atractivas texturas, a la vez que sirven para encerrar espacios que se someten a sus funciones. Pero la funcionalidad del edificio hay que proponérsela al arquitecto y él nos devolverá una sorprendente forma inspirada en las más variadas sugestiones.

El arquitecto, en el proceso de creación, es artista y siente la soledad del papel en blanco. Pero las formas surgen y fluyen a través de la imaginación libre, y solo en un momento posterior se someten a las imperiosas leyes de la física. Del silencio creativo se llega al estruendo construido: una vez terminadas, sus obras son comentadas en todo el mundo y generan apasionados debates. Frank Gehry asume los riesgos de la constante innovación. Le molestan las reglas de la arquitectura porque él mismo crea las suyas, que equivalen, ni más ni menos, al deseo de trabajar sin restricciones.

La creación causa cierto terror inicial, pero una vez principiado el proceso, el caudal creativo no
puede parar. La inspiración procede de las más diversas fuentes. Objetos de uso cotidiano son magnificados en escala, como los gigantescos prismáticos que actúan como columnas flanqueando la puerta del Chiat-Day en Venice (California, 1975-91), o la recurrente forma de los peces, refulgentes con sus escamas, que se convierten en lámparas brillantes o, extrañamente ampliados, en una escultura monumental y urbana, como el “Pez Dorado” enfrentado al Mediterráneo en el Puerto Olímpico de Barcelona (1992). Otras veces son arcanas pinturas o mundos olvidados los que comparecen en el germen creativo. La forma resultante parece surgir de un rapto de inspiración, pero no es del todo así: son muchos los ensayos, vueltas y revueltas del proyecto hasta lograr una extraordinaria precisión en el desarrollo de la idea inicial.

La arquitectura de Gehry se mueve en las fronteras de la perplejidad y la paradoja. Se empeña en disolver los límites entre la escultura y la arquitectura, compone con objetos y materiales casuales que ensambla como un collage para hacer perder a la arquitectura sus valores tradicionales de permanencia y solidez; se asume así una nueva condición fragmentaria y aparentemente inestable, en constante cambio.

La propia personalidad de Gehry parece surgir de estas metamorfosis. De origen judío-polaco, Ephraim Goldberg nace en Toronto en 1929, y más adelante, por presiones de su ex mujer, cambia su nombre al de Frank Owen Gehry. Desde su Canadá natal, Frank O.Gehry se traslada a California, donde asiste a clases de cerámica y descubre con sorpresa la epifanía de la materia convertida en arte, para encaminarse a continuación hacia el estudio de la arquitectura. Se graduó en esta especialidad en la Universidad del Sur de California en 1954. Su despacho profesional se emplaza desde entonces en Los Ángeles, donde encuentra un círculo artístico e intelectual propicio para sus creaciones. De hecho, colaborará con artistas plásticos como Ron Davis, Claes Oldenburg o Richard Serra.

Algunas obras iniciales, modestas, experimentan con las
formas y materiales, como el Pajar O´Neill (1968) o sus diseños de muebles de cartón (1969). Gehry siente como artista y vive como artista: la mejor prueba de ello es su deseo de remodelar su propia casa en Santa Mónica (1977-78) y convertirla en la casa de un artista, pero de un modo sorprendente. La deja intacta pero construye otra a su alrededor, una nueva piel realizada por fases, como un collage, una estética feísta que evoca lo pobre a la vez que lo eleva de condición.

Del mismo modo realiza la casa-estudio del artista Ron Davis (1970-72) con espacios contrastados y laberínticos, como un viaje al subconsciente. Con estos principios abiertos y experimentales, Gehry diseña su serie de excéntricas casas californianas, todas ellas distintas y siempre sorprendentes, como la Spiller Residence (1979) y la Norton Residence (1984), ambas en Venice (California), o la Sirmai Peterson (1988) en Thousand Oaks. Ornamenta sus edificios para humanizarlos, hace expresivos a los materiales, materiales de desecho, como planchas onduladas, maderas laminadas o mallas metálicas, con el deseo de convertir la chatarra en belleza. Los materiales que utiliza bien podrían encontrarse en una fábrica. Es ésta una arquitectura táctil, sensibilizada con la fragilidad, el cambio y la provisionalidad del instante contemporáneo que, como dice el propio arquitecto, prefiere abrirse hacia nuevas posibilidades en lugar de empeñarse en crear algo permanente y definitivo.

Las creaciones de Frank Gehry no solo son únicas e irrepetibles por su resultado formal final, sino también por las relaciones especiales que establece con el cliente durante el proceso del proyecto. El Museo Vitra (1990) de Weil es Rhein, en Alemania, realizado para el fabricante de muebles suizo, se convierte en realidad en la principal atracción artística con sus expresivos movimientos curvos, pero en el extremo opuesto podríamos situar su Maggie´s Place (2002) en Dundee, Escocia, proyecto que realiza y dona en memoria de una amiga suya fallecida de cáncer, para que las personas que sufren esta enfermedad y sus familiares encuentren una atmósfera apacible para la curación y la reflexión.

Asimismo Gehry adopta y asume la personalidad de los lugares donde trabaja, pero no los replica ni continúa apaciblemente, sino que establece con ellos un intenso y a veces difícil diálogo, como en su famosa Casa Danzante de Praga (1992-95). Pero procos edificios de finales del siglo XX han
contribuido tanto a transformar no solo un lugar, sino incluso el carácter de una ciudad entera, como el Museo Guggenheim de Bilbao. Este edificio fue inaugurado en 1997, con el indisoluble maridaje a partir de entonces del edificio con la ciudad y viceversa. Las formas del Guggenheim son sensuales, musicales, deslizantes y se alejan de la arquitectura para reencontrarse con ella bajo el aspecto de una escultura onírica. Otro mundo, otros mundos se nos abren. La luz se desliza y rebota contra los refulgentes paneles de titanio. El edificio no es estático sino una estructura cambiante. El museo deja de ser un ámbito institucionalizado y se convierte en un lugar preparado para recibir lo inesperado, lo insólito, un lugar de experimentación artística, como experimentales son sus atrevidas formas, que quizás no están al servicio del arte porque ellas mismas desean ser el Arte. Bilbao ya nunca más podrá entenderse sin este coloso varado en la orilla de la ría del Nervión.

Algunos dirán que las creaciones de Gehry son iconos de una hipermodernidad fugitiva y transitoria, un producto más de consumo empeñado en la captura de una “firma” por encima de otros valores estrictamente arquitectónicos. Otros, por el contrario, verán en estas radiantes esculturas el signo del genio creador entregado con pasión a la vida y al arte. Pero no cabe duda de que Frank Gehry, con sus formas irrepetibles, ha logrado modificar la concepción de la arquitectura y ha convertido a ésta en centro del debate público mundial.

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