La creciente marea de hunos blancos por el norte de India fue contenida durante un tiempo por Skandagupta (455-467), el último emperador importante de la dinastía gupta. Pero sus débiles sucesores no pudieron suministrar la argamasa que mantuviera unido el Imperio. Hacia 500, éste ya se había roto en pedazos, y los últimos guptas gobernaron en pequeños reinos del norte de India. Aunque los reyes guptas hicieron liberales donaciones a los monasterios budistas y tenían consejeros budistas en sus cortes, fue a partir de este tiempo cuando el hinduismo brahmínico, como lo interpretaban los brahmines, o sacerdotes, emergió del modo hoy conocido.
La llegada de los hunos tuvo como efecto la ruptura del sistema de castas y la creación de cierto número de nuevas subcastas. Aunque en aquel tiempo las castas restringían determinadas ocupaciones a grupos particulares, en temas militares esto se ignoraba generalmente. Los ejércitos hindúes no sólo consistían en kshatriyas –la casta guerrera- sino también en brahmines (sacerdotes, profesionales), vaishyas (campesinos, granjeros, mercaderes) y shudras (artesanos). E incluso, en el siglo VII, los reyes de Alwar, Rohilkhand y Kanauj, pequeños reinos situados en el norte de India, eran shudras o vaishyas.
Fue en el norte, entre 300 y 800, donde la literatura clásica en sánscrito fluyó de las plumas de un gran número de importantes escritores, sobre todo en el siglo V, con el poeta y dramaturgo Kalidasa, cuya obra Shakuntala fue más tarde muy admirada por Goethe (1749-1832). Y desde aproximadamente 500 hasta 1000, o más tarde, fueron compuestos los importantes Puranas, mitos y leyendas que glorifican a Brahma, Visnú y Siva. Escritos en verso, los Puranas son un tesoro de folclore y sabiduría, y entre sus temas se encuentran la destrucción y renovación periódicas del mundo y la genealogía de los dioses y héroes hindúes.
Sin embargo, mientras las llanuras del norte de India se convirtieron en terreno de caza para sucesivos invasores procedentes del noroeste entre 550 y 1200, la cultura hindú se desarrolló rápidamente en el sur de India y en la meseta del Decán. Las dinastías chalukas y rashtrakutas gobernaron alternativamente entre los siglos VI y X, y en el sur, los cholas llevaron el cetro entre 906 y 1120. Los últimos conquistaron Sri Lanka, y, por medio de una expedición naval, ocuparon partes de Sumatra, la península malaya y Myanmar durante unas cuantas décadas.
A pesar de estas alteraciones políticas, la influencia del hinduismo brahmínico estaba echando raíces, lo que tuvo como resultado un florecimiento de templos ricamente tallados, dedicados ya a Visnú, ya a Siva, en Khajuraho, Bhubaneshwar, Kanchipuram y Tanjore. El culto a los dioses se convirtió en algo muy extendido, y los Puranas contribuyeron a popularizarlo y explicar su mitología.
Desde el siglo IX hasta el XIII, los pensadores hindúes contribuyeron a convencer a los gobernantes locales de que abandonasen el budismo y se volviesen hacia el hinduismo en toda India. Pero en Bihar y Bengala, el budismo permaneció fuerte hasta la ocupación musulmana a principios del siglo XIII. Y en el sur de la India, los Upanishad, los Brahma Sutras y el Baghavad Gita se interpretaron nuevamente con comentarios de Shankara, Ramanuja y Madhva.
Hacia el siglo XIII, algunas prácticas hindúes, como el sati –inmolación de las viudas sobre las piras funerarias de sus esposos –y el matrimonio infantil, eran ya habituales (fueron condenadas por los reformadores hinduistas en el siglo XIX). Cuando los musulmanes establecieron su dominio político por una gran parte de India, el hinduismo comenzó a mirar hacia su interior. Así siguió proporcionando unidad cultural a sus seguidores por medio de la teología, la filosofía y las normas de culto.
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