viernes, 4 de abril de 2014
Los espartanos
Los orígenes de Esparta se remontan al siglo XII a.de C., cuando los dorios (un pueblo de origen presumiblemente indoeuropeo que penetró en Grecia) avanzaron hacia el sur para reivindicar las tierras que ellos consideraban de sus ancestros. Cuando el rey Lacedemón conquistó la península central, le puso su propio nombre (laconia) y bautizó su capital con el de su reina, Esparta. En el siglo IX a.C. ya se había constituido el estado de Esparta a raíz de la fusión de las cuatro aldeas dorias del valle del Eurotas (Mesoa, Cinosura, Pitana y Limnas), a las que luego se unió Amiclas.
Esta ciudad pronto se convirtió en el núcleo religioso, cultural y de gobierno de Laconia, donde florecían las artes y la música. Sin embargo, a partir del siglo VII a. de C., la cultura espartana sufrió un profundo cambio. La guerra y el entrenamiento se convirtieron en la única prioridad de la sociedad espartana mientras las bellas artes caían en el olvido más profundo. ¿Cuál fue la causa de este cambio?
En el siglo VII a. de C. una gran explosión demográfica obligó a Esparta a buscar nuevas tierras. Los espartanos iniciaron entonces la conquista de la vecina Mesenia, una ciudad-estado que contaba con grandes tierras de cultivo y una próspera economía agrícola, además de estar rodeada de importantes reservas de hierro, un mineral muy apreciado para fabricar armamento militar. Entre los años 740 y 720 a. C. tuvo lugar la Primera Guerra de Mesenia; conducidos por el rey Teopompo, los espartanos conquistaron la fortaleza de Itome y lograron anexionarse el rico territorio de Mesenia. Con esta victoria, Esparta pasó a controlar un territorio de 8.000 km2, convirtiéndose en la ciudad-estado más grande del mundo griego. Una nueva circunstancia que obligó a reorganizar íntegramente su sistema.
Era difícil para una sociedad formada por unos 10.000 soldados consolidar su dominio sobre los 250.000 habitantes de Mesenia, reducidos a la categoría de esclavos (ilotas), por lo que la creación de una potente estructura militar que permitiera a los espartanos –a pesar de la abrumadora desventaja numérica- imponer su yugo a los mesenios se convirtió en la única prioridad. La música y las artes se abandonaron en beneficio de la guerra. Ese fue el alto precio que tuvieron que pagar para solucionar el problema mesenio. Durante el siglo VII a. de C. Esparta creó y perfeccionó el primer sistema social programado del mundo, destinado a consolidar su dominio sobre los ilotas de Mesenia.
La tradición atribuye la autoría de estos cambios al legislador espartano Licurgo, un personaje tal vez mítico que, tras viajar por todo el Mediterráneo recogiendo lo mejor de los sistemas militares de Creta, Jonia y Egipto, estableció un nuevo orden e implantó una constitución que acabó convirtiendo esta ciudad del Peloponeso en un Estado militar. Nació así en Esparta una nueva estructura social que con el tiempo elevaría a sus miembros a la categoría de mitos.
Entre los siglos VII y VI a. de C., Esparta no hizo sino extender paulatinamente sus fronteras y su poderosa influencia en todo el Peloponeso. El levantamiento general de los mesenios desató la Segunda Guerra de Mesenia, permitiendo a los espartiatas poner a punto la nueva táctica de la falange hoplítica y transformar Esparta en un auténtico estado militar en el que sólo una minoría de la población, calculada en menos de 10.000 ciudadanos, tenía plenos derechos políticos y sociales.
Al comienzo de la Época Clásica (siglos V-IV a. de C.), la hegemonía griega se repartió entre Esparta y Atenas. A la muerte del liberal e ilustrado tirano de Atenas Pisístrato (527 a. de C.), ocuparon el poder sus hijos Hipias e Hiparco; éste último fue asesinado tras una conjura de la que Hipias saldría ileso, instaurando un reinado de terror que provocó el descontento general. Grupos de rebeldes solicitaron la ayuda de Esparta y, comandados por el noble Clístenes, derrotaron al tirano (510 a. de C.). Clístenes asumió el poder e inició el camino hacia la democracia con reformas que favorecían la participación del pueblo y con instrumentos como el ostracismo, consistente en desterrar temporalmente –mediante votación previa- a quien se considerara peligroso para el Estado –muchas veces por excesiva popularidad-, método bajo el cual él mismo caería.
La sociedad espartana se estructuró en una pirámide de poder. En el vértice superior se situaron los casi 10.000 guerreros que formaban la élite espartana: eran los homoioi (los “iguales”) o espartiatas propiamente dichos. En teoría, todos ellos poseían las mismas riquezas y tenían la misma influencia en el Gobierno.
Por debajo se encontraban las cerca de 60.000 personas que vivían en Laconia, principalmente en las afueras de la capital, que eran llamados perioicoi (“los de los alrededores”). Los perioicoi eran ciudadanos libres, aunque no podían participar en las decisiones políticas ni tenían derecho a voto. Con su trabajo permitían a los espartiatas dedicarse exclusivamente a la preparación militar.
En la base de la pirámide y con una aplastante ventaja numérica sobre cualquier otra casta se encontraban los esclavos o ilotas. Este grupo estaba formado por los habitantes de Mesenia que habían sido obligados por los espartiatas a trabajar la tierra como esclavos.
En Esparta el poder estaba encabezado por una monarquía hereditaria personificada en la figura de dos reyes con total autoridad. Esta dualidad evitaba la excesiva concentración de poder en manos de un solo hombre y facilitaba el control mutuo de los dos monarcas. Los reyes formaban, junto con otros veintiocho espartiatas mayores de 65 años, el Consejo de Ancianos (Gerusía). Este tenía funciones ejecutivas y era el tribunal penal supremo.
Por debajo de la Gerusía estaba la Asamblea de Ciudadanos, constituida al completo por espartiatas cuya edad superaba siempre los 30 años. La Asamblea no tenía funciones deliberativas sino que se limitaba a asumir las órdenes. Pero, por encima de todo este sistema, se instauró una junta de cinco hombres llamados éforos que regía el Ejército, supervisaba el sistema educativo y disfrutaba de un significativo poder de veto sobre todos los demás (con el tiempo incluso sobre las decisiones de los reyes). Este cargo tenía una duración de un año; además, una vez finalizado el mandato, cada éforo debía someterse a un juicio y responder de su gestión ante la Asamblea.
El propósito de todo el sistema de gobierno era no sólo evitar la excesiva acumulación de poder, sino también cualquier cambio en la estructura espartana. A pesar de no ser una democracia, este sistema político se mostró muy sólido. De hecho, durante casi cuatrocientos años Esparta disfrutó del gobierno más estable de la Antigua Grecia.
La vida espartana se basaba en las privaciones y en la austeridad como medio para fortalecer el cuerpo y el espíritu. Los ciudadanos de Esparta vivían de las rentas proporcionadas por sus propiedades agrarias atendidas sobre todo por los ilotas. Este modo de vida sustentado en la esclavitud les obligaba –por su continua necesidad de abastecerse de esclavos- a dedicarse a la guerra y a la formación de sus poderosos guerreros: los hoplitas.
Generalmente, en todas las ciudades griegas el Estado sometía a sus ciudadanos a unas estrechas medidas de control. Pero en ningún otro lugar su intrusismo adquirió la misma importancia que en Esparta a partir del siglo VII a. de C. Los espartanos controlaban a cada uno de sus ciudadanos desde su nacimiento hasta su muerte. La inspección comenzaba en la cuna. Cada recién nacido era estrictamente revisado por parte de una junta de supervisores de la élite espartana con el objetivo de seleccionar a los mejores bebés y los más fuertes: el recién nacido era presentado desnudo ante una comisión de ancianos de la comunidad que juzgaba sobre cualquier tipo de debilidad o deformidad que fuera a impedir o mermar el rendimiento militar del futuro soldado. Los que presentaban algún tipo de tara, incluso los cortos de talla, no superaban este concienzudo examen y eran arrojados por la ladera del monte Taigeto; a los recién nacidos débiles se los abandonaba por la noche en la montaña para ver si eran capaces de sobrevivir. A las niñas se les enseñaba que su papel en a vida era el de ayudar a sus hermanos y, llegado el momento, dar a luz a robustos soldados.
El Gobierno también regulaba la vida cotidiana de los ciudadanos. Así, para garantizar la igualdad entre todos los miembros de la élite de Esparta, base del sistema social, se estableció un sistema que garantizaba que ningún espartano fuera más rico que otro. Para lograrlo, se prohibieron el dinero (las transacciones internas se pagaban con monedas de hierro, que el gobierno acuñaba y que carecían de valor fuera de la ciudad), los mercados libres, la exportación y la importación. Todos vestían ropa idéntica, hablaban igual e incluso vivían de la misma manera, ya que el Gobierno llegó a determinar por decreto los equipamientos de las casas espartanas, para evitar cualquier tipo de tentación.
El primer medio adoptado para adoctrinar a los espartiatas era el sistema educativo, que preparaba a los niños para convertirse en auténticas máquinas de guerra. Cumplidos los siete años, el niño, que hasta entonces había estado al cuidado de la madre, pasaba a cargo del Estado, que se hacía responsable de su entrenamiento. Ingresaba en una especie de academia militar, la Agogé, donde comenzaba la primera fase –que abarcaba hasta los doce años- de la severa educación destinada a templar su carácter. A partir de esa edad, los chicos entraban en el segundo nivel de entrenamiento donde las condiciones se endurecían aún más.
Los niños se bañaban en las frías aguas del río Eurotas y, durante la mayor parte del año, dormían al raso sobre esteras, porque se consideraba que ésas serían las condiciones de combate y que era bueno que se fuesen acomodando a ellas. No se usaba ropa interior, ni siquiera en lo más crudo del invierno y para dormir había que taparse con juncos. El aprendizaje de la lectura y la escritura ocupaba un lugar secundario con respecto al entrenamiento militar; la aritmética se limitaba a aprender a contar. El espartano seguía viviendo militarmente en barracones o tiendas hasta los treinta años, debiéndose procurar el sustento e incluso costearse las armas.
Aunque a partir de los treinta años el soldado podía regresar a la vida civil y tomar esposa, hasta los sesenta vivía en una especie de movilización permanente. Comía en mesas comunales en una dieta, según la tradición, impuesta por Licurgo y consistente en un menú único, áspero, monótono y nutritivo, en el que el plato básico fue la celebérrima sopa negra. Varios eruditos aseguran que aquella sopa se elaboraba con sangre de ciertos animales, mezclada con vinagre, sal y unas extrañas hierbas aromáticas incluyendo, probablemente, carne de cerdo. En cualquier caso, un manjar poco apetecible que hizo exclamar a un sibarita del norte que lo probó: “Ahora entiendo por qué los espartanos están tan dispuestos a morir…”.
La entrada de un espartano en el mundo adulto se producía alrededor de los 20 años. Esa era la edad de licenciatura de la academia para la mayoría de los jóvenes, y el momento en que debían hacer frente a dos últimas pruebas de fuego: el asesinato a sangre fría y el matrimonio. Para superar la primera, los alumnos se unían a la Criptia, una fuerza de seguridad secreta dedicada a sofocar la posible resistencia ilota a base del asesinato de sus posibles líderes. Tras el paso por la Criptia, los jóvenes se unían a pequeños regimientos de unos quince hombres cada uno, que se convertían en el verdadero hogar de estos soldados. Pero, aparte de sus obligaciones con el ejército, los jóvenes tenían también un importante deber social: la descendencia. Para ello era necesario superar la segunda prueba, el matrimonio.
Esta era otra de las múltiples obligaciones del individuo con el Estado, y esto explica por qué en el mundo espartano este ritual tenía también unas características bastante peculiares: no se celebraba ceremonia de boda y, en su lugar, las nupcias tomaban la forma de secuestro ritual. El día señalado se cortaba el pelo a la novia y se la vestía con un manto varonil a la espera de la llegada del cónyuge. Era al caer la noche cuando el novio debía entrar a hurtadillas en la casa para consumar el matrimonio. De hecho, los hombres recién casados sólo podían acudir a su casa por la noche y con el solo objetivo de dejar embarazadas a sus mujeres.
Las mujeres espartanas no estaban excluidas de ningún asunto, salvo de determinados de gobierno, y vivían prácticamente equiparadas a los varones. Algunos autores aventuran que ello era así porque los dorios fueron los únicos invasores de la Hélade que llegaron acompañados de sus propias mujeres. Sea como fuere, el caso es que las niñas de Esparta recibían una educación similar a la de los muchachos: además de a leer y escribir, aprendían música y danza, pero también deporte y gimnasia. Las competiciones deportivas, incluida la lucha, solían ser mixtas y no era raro que venciese en ellas una mujer. Cumplidos los quince años, las jóvenes se emancipaban del hogar paterno y, aunque no solían contraer matrimonio hasta unos diez años después, vivían una vida totalmente independiente. Su elección de marido era totalmente libre; y si quedaba demostrado que el esposo no era fértil, las costumbres le obligaban a buscar él mismo un sustituto del agrado de su esposa que la fertilizase, puesto que no tener hijos era un grave pecado contra la sociedad. Por ello, el celibato era otro grave delito; las leyes lo castigaban obligando a los infractores a pasearse desnudos en actos públicos y a aceptar una indumentaria que los distinguiera claramente en todo momento.
Esparta llegó a ser una gran potencia gracias a su cultura militar, pero el incesante esfuerzo bélico terminó por debilitarla. Demasiados espartanos morían en combate y el estado se vio obligado a reclutar extranjeros, bastante menos aptos para la guerra. Hasta el año 371 a. C. fue la falange espartana la que dominó la guerra por tierra en el mundo griego. Los espartiatas, excelentes soldados, supieron convencer al resto de las ciudades-estado griegas de su superioridad en el campo de batalla.
Atenas, por su parte, organizó su ejército en milicias y, si bien el ateniense tenía que prestar el servicio militar y adiestrarse, una vez terminada la guerra regresaba a la vida civil en la ciudad. Solamente algunos mercenarios y los reclutas que cumplían dos años de servicio en una guarnición de frontera, constituían las fuerzas del ejército permanente. Durante su infancia y su primera adolescencia, el joven ateniense se preparaba para la guerra mediante ejercicios de lucha cuerpo a cuerpo y lanzamientos de jabalina y disco. Terminado el servicio militar, seguía formando parte del ejército hasta los 49 años de edad y de los 50 a los 60 años se incorporaba a una guardia territorial.
Aunque Esparta entró en decadencia en el siglo IV a de C, su legado persistió gracias a ciudades como Atenas que adaptaron los aspectos más notables del mundo espartano. Durante los siglos siguientes el nombre de Esparta cobró nueva fuerza, convertido no sólo en un sinónimo de tiranía, crueldad e intolerancia, sino también en leyenda. El sistema espartano inspiraría a personajes de la talla del mismísimo Maquiavelo y el valor de sus aguerridos soldados, a miles de hombres que a lo largo de la Historia los tomaron como modelo para materializar las más nobles, aunque también las más atroces hazañas.
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