jueves, 20 de marzo de 2014

Maquinaria agrícola – La automatización del campo





En el siglo XIX, se necesitaban de 40 a 60 horas de trabajo para arar una sola hectárea de terreno. En la actualidad, ese tiempo se ha reducido a menos de 2 horas. La causa de esta radical disminución estriba en la herramienta empleada para realizar el trabajo: un simple arado monosurco tirado por un caballo, en el primer caso, y un tractor de 100 caballos de potencia, en el segundo. La maquinaria agrícola rentabiliza el trabajo en los campos.

Desde antaño se vienen usando distintas herramientas en el trabajo del campo con el fin de facilitar las tareas; el pico, la hoz, la guadaña, el mayal o el tamiz son algunas de ellas. También se han empleado diversos instrumentos agrícolas, como el carro, el arado o el rastrillo. Estos útiles precisaban de la fuerza muscular humana o, en el mejor de los casos, animal para su funcionamiento.

Ya en el siglo II, los chinos conocían una especie de sembradora automática, que, sin embargo, no sería redescubierta en Europa hasta el siglo XV. En el siglo XVIII, hicieron su aparición las primeras máquinas trilladoras. La mecanización de las tareas agrícolas, no obstante, tuvo que esperar hasta el siglo XI: en 1831, Cyrus McCormick ideó la primera cosechadora mecánica moderna.

Las primeras máquinas agrícolas utilizaban fundamentalmente tracción animal. Arados, esparcidores de estiércol, segadoras, rastrilladoras, cargadoras de heno, cultivadoras o sembradoras se movieron hasta después de la Primera Guerra Mundial fundamentalmente con animales o, en algunos casos, gracias a máquinas de vapor o a incipientes motores. A partir de 1920, comenzó a aumentar la utilización de tractores de gas en detrimento de caballos y mulas, sobre todo en las grandes plantaciones. Estos primeros tractores eran unas enormes y pesadas máquinas con cuatro ruedas de hierro, que araban y preparaban los terrenos para la siembra y, en ocasiones, servían para transmitir fuerza de movimiento a otras máquinas. En la década siguiente, los tractores de gasolina tomaron el relevo de los de gas. Eran aún unas máquinas demasiado pesadas, que se quedaban atascadas en los terrenos blandos. En los años sucesivos se fueron haciendo cada vez más livianas: se cambiaron las ruedas de hierro por otras de goma y se comenzó a utilizar aleaciones de acero para la fabricación de la carrocería.

En la década de los cincuenta, la mecanización del campo estaba en pleno auge. Un ejemplo: de los aproximadamente 250.000 tractores existentes en EEUU en 1920, se pasó a casi 4.000.000 en 1950. Desde entonces, el perfeccionamiento de las tecnologías ha conseguido que, hoy por hoy, la mayor parte de las labores agrícolas esté mecanizada de algún modo.

El tractor es la máquina agrícola por excelencia. Su utilización es tan polivalente que se los ha
llegado a definir como “centrales móviles de energía”. Y es que se emplean para arrastrar arados, discos, gradas, sembradoras en hilera, remolques, cargadores de heno, empacadoras…Además, mediante el uso de correas de transmisión, su energía se puede emplear para realizar los trabajos de trilla mecánica, desgrane de maíz o molienda de forraje.

Los tractores suelen tener un motor diesel y los hay de varios tipos: los tradicionales de cuatro ruedas, los orugas, muy útiles en terrenos difíciles, pero más caros que los normales, y los zancudos, empleados en viticultura.

Otra importante máquina es la empacadora mecánica, que recoge el heno o la paja de una hilera –donde ha podido ser depositada, por ejemplo, por la rastrilladora-, la junta, la comprime y, finalmente, ata con alambre las pacas así formadas. Es una máquina enormemente rentable: tanto es así que los granjeros de la Segunda Guerra Mundial, para los que era casi imprescindible dada la escasez de mano de obra, la amortizaban en tan solo una estación.

La cosechadora , muy utilizada en las plantaciones de cereales, siega y trilla las mieses, pero, además, está provista de una corriente de aire que separa la paja –que queda depositada en el suelo de la parte posterior de la cosechadora- del grano –que pasa a un camión que marcha junto a la
cosechadora-. Un modelo sencillo de cosechadora puede recoger grano para llenar dos camiones diarios.

Las segadoras se utilizan para segar hierba, alfalfa, trébol o maleza. Frecuentemente, están formadas por una barra horizontal de corte que se mueve por un mecanismo unido a las ruedas.

La esparcidora de estiércol es la encargada de abonar los terrenos. Antes de su invención, el proceso era penoso: se debía transportar el estiércol del establo a la zona que se iba a abonar, normalmente con
carro, y esparcirlo a golpe de horca. Con la esparcidora, el estiércol se extrae directamente del establo y se esparce más uniformemente sobre la zona que se va a abonar sin más que accionar una palanca.

Las cultivadoras pueden ser sembradoras de pala, las más utilizadas, o de reja de superficie, empleadas en cultivos en hilera, como maíz, o algodón. El arado rotatorio o pulverizador es una moderna y cara máquina que labra, pasa el disco y rastrilla de una vez. Las rastrilladoras son muy empleadas en las zonas de pasto o maiceras. Pueden ser de volteo, de efecto lateral o de arrastre.

Las recolectoras de maíz separan las mazorcas del tallo, les quitan las vainas gracias a un rodillo y,
una vez limpias, las acumulan en el depósito. Sin embargo, si los tallos del maíz están partidos o debilitados, la máquina no los recogerá y se perderá así parte de la producción. A pesar de ello, se utilizan con profusión. Las recolectoras de algodón, por su parte, son un complicado invento que tardó más de 25 años en estar a punto. Realiza el trabajo de 20 operarios, succionando el algodón de su cápsula.

Las sembradoras pretenden colocar los granos en las condiciones de profundidad y separación ideales para cada tipo de cultivo con la máxima regularidad posible. Las sembradoras de línea llevan un bastidor con ruedas que consta de un depósito de grano. La distancia de depósito es regulable.

En la actualidad, la mecanizacón de las tareas agrícolas es una realidad a pesar de chocar su
consecución con unas dificultades importantes. Para empezar, el producto en cuestión, por su carácter biológico, presenta un alto grado de heterogeneidad y fragilidad, lo cual va en contra de la automatización. Además, los precios de las máquinas agrícolas son demasiado elevados en comparación con su utilización. Otro inconveniente es que, dada la mejora de la productividad de las plantaciones, se puede alcanzar una sobreproducción por saturación del mercado, lo que redunda en la bajada de los precios, con el subsiguiente perjuicio para el agricultor. Además, la pequeñez de muchas plantaciones desaconseja el uso de demasiada maquinaria.

A pesar de ello, la mecanización del campo ha supuesto una auténtica revolución paulatina: el aumento de la población y, por ello, de la demanda de productos ha podido ser satisfecho sólo gracias al considerable aumento de productividad que han supuesto las máquinas agrícolas. Sólo con la mecanización se ha podido compensar la considerable escasez de mano de obra en el campo.

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