martes, 24 de diciembre de 2013

Plantas en vías de extinción - las grandes olvidadas




Cuando se habla de especies en peligro de extinción, muchas personas se refieren exclusivamente a la fauna. Sin embargo, las plantas, sustento no sólo de la vida, sino también de la economía y de la industria, sufren con igual o mayor rigor los efectos de la acción humana. Unas 50.000 especies de plantas están amenazadas de extinción. Una masacre y un despilfarro inaceptables.

Ni una sola planta en el planeta permanece ajena a la actividad del ser humano. Bien por la acción directa del fuego, las talas de árboles –para el aprovechamiento de su madera o para la extensión de cultivos- o por la alteración de la química del entorno.

Este último factor incluye un amplio abanico de factores: desde los pesticidas –que matan a los insectos polinizadores- a otras toxinas industriales, como los PCB o la lluvia ácida, que ha causado importantes daños a los bosques de Europa y de Norteamérica. A esto se suma el calentamiento global del planeta, que podría tener un impacto profundo sobre las plantas: las expectativa más pesimistas auguran que, durante la primera mitad del siglo XXI, el planeta se calentará a un ritmo de entre 0.5 y 1º C por década. Un aumento de 1ºC equivale a unos 100-160 km de desplazamiento latitudinal en latitudes medias.

Estos cambios, en su conjunto, representan un riesgo cierto para la agricultura, pero también para muchos bosques y demás biomasa vegetal por la desecación de los suelos y la disminución de materia orgánica en los suelos, lo que, a su vez, aumenta la concentración de dióxido de carbono y metano en la atmósfera.

Los diferentes cálculos varían, pero todos coinciden en situar el número de especies vegetales amenazadas entre 40.000 y 60.000. Durante los últimos 10.000 años –biológicamente, un tiempo muy escaso-, la superficie boscosa de la Tierra se ha reducido una tercera parte debido al avance de cultivos, pastos y ciudades. Sin duda alguna, la época más intensa de esta acción ha tenido lugar durante el siglo XX. De los 6.200 millones de hectáreas de bosque primario que, según los cálculos, cubrían la superficie de la Tierra, en la actualidad existen unos 4.200, lo que representa una reducción de un tercio.

Sin embargo, no se trata sólo de un problema cuantitativo; la variedad se ha reducido a un ritmo
mayor: de los actuales 4.200 millones de hectáreas, sólo 1.500 millones pertenecen a bosque primario inalterado. En Europa, todos los bosques originales han desaparecido y han sido sustituidos por otros mucho más pobres en especies; mientras que, en Estados Unidos, menos del 5% es bosque primario.

Bajo el nombre de mangle se agrupan varios tipos de plantas tropicales con flor, tanto árboles como arbustos. La característica común de todos ellos es el crecer en lugares pantanosos, en especial a lo largo de costas y estuarios de aguas tranquilas. Los manglares han sufrido fuertes decrementos en Asia, Latinoamérica y oeste de África: en la república del Ecuador, la mitad de estos bosques pantanosos ha sido sustituida por estanques para la cría de langostinos; en Brasil, se ha perdido más del 95% de las extensiones de bosques pluviales y los bosques de la conífera araucaria al sur de Brasil; mientras que fuera de los trópicos han sido prácticamente borrados las grandes arboledas de cedros de Líbano y los antiguos bosques de madera dura de Europa y Norteamérica.

Unas 3.000 especies norteamericanas, prácticamente una de cada ocho especies nativas, están amenazadas; de las 19.000 especies que hay en Europa, unas 2.300 están amenazadas, 120 en peligro de extinción y 20 han desaparecido, en algunos casos debido al traslado de especies: la importación al Reino Unido de olmos americanos con grafiosis –enfermedad parasitaria provocada por un hongo- fue un desastre para Europa, pues ha extinguido el Ulmus minor del Reino Unido, de Francia y de una amplia zona centroeuropea. Pero de todos estos lugares, es el sur de África la zona encargada de batir el triste récord: allí se concentra la mayor cantidad de plantas amenazadas del mundo. El 80% de estas especies son endémicas, y un 13% están continuamente amenazadas.

El valor de cualquier especie, pero más aún de las vegetales, no se restringe a sí misma, sino que
incluye el cobijo y el alimento que proporcionan a otras especies. Por ejemplo, los bosques y las selvas tropicales albergan a la mitad de las especies del planeta, y su extensión ha sido reducida prácticamente a la mitad. No se trata sólo de Brasil, sino de países como Benin, el occidente de Ecuador, El Salvador, Costa de Marfil, Ghana, Haití, Nigeria y Togo, donde los bosques han desaparecido casi por completo. En la mayoría de estos países, alrededor de los bosques diezmados hay sólo extensiones de tierra degradada con apenas capacidad para mantener poblaciones silvestres. Entre los países más afectados por la deforestación, además de los mencionados, están Colombia, México, Indonesia, Perú, Malaisia, India, Zaire o Madagascar.

España tiene aproximadamente un tercio de su superficie poblada por bosques, y una décima parte, de prados y pastizales. En total, un 44% de su superficie está cubierto con algo más de 1.700 especies vegetales diferentes, de las cuales 1.300 no crecen en ningún otro lugar del mundo –endemismo-. Comparado con el endemismo de Grecia -750 especies-, Italia -250- o Gran Bretaña -12-, España es una reserva de incalculable valor. Las cifras varían entre los diferentes investigadores, pero aproximadamente un 20% del total de nuestras especies están amenazadas, y todas ellas son endémicas.

Sin embargo, no todo es malas noticias: algunas han sido protegidas, como el pinsapo –Abies pinsapo-; el araar –Tetraclinis articulata-, un ciprés de origen árabe que sólo existe en Murcia, o la atrapamoscas –Drosophyllum lusitanicum-, una planta carnívora de la que apenas quedan ejemplares en la Península Ibérica.

La reducción de la biodiversidad vegetal no se circunscribe sólo a las especies silvestres: también los
cultivos están perdiendo diversidad genética. La introducción de variedades de alto rendimiento ha conseguido aumentar sensiblemente la producción de alimentos, pero, al mismo tiempo, ha eliminado muchas cepas tradicionales. En Indonesia han desaparecido 1.500 variedades locales de arroz, y casi las tres cuartas partes del arroz plantado en la actualidad procede de una única planta madre. En Estados Unidos, el 71% de los maizales se reduce a 6 variedades, y el 50% del trigo procede de 9.

Aparte de la pérdida de ejemplares de la biblioteca genética –importante, por ejemplo, para las mejoras futuras a través de biotecnología-, esta uniformidad supone un riesgo: la baza de la vida está en la diversidad, la cual aumenta la probabilidad de encontrar entre una especie un número satisfactoriamente alto de ejemplares resistentes a condiciones nuevas. La uniformidad es una peligrosa apuesta a una sola carta: en 1991, la similitud genética de los naranjos de Brasil favoreció una epidemia de infecciones que redujo drásticamente la producción.

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