jueves, 21 de noviembre de 2013
¿Quién destruyó la nariz de la Esfinge?
La Esfinge, cuyo nombre significa “estranguladora” en griego, era una bestia mítica con la cabeza de mujer, el cuerpo de león y las alas de pájaro. Como es sabido, su más famosa estatua, de 6.500 años de antigüedad y haciendo guardia junto a las Pirámides de Gizeh, no tiene nariz.
A lo largo de los siglos, se ha acusado de su ausencia a múltiples individuos y colectivos –ingleses, alemanes y árabes- atendiendo a las más diversas razones. Napoleón es el que más a menudo carga con las culpas.
Casi ninguna de estas acusaciones es cierta. De hecho, la única persona que con seguridad dañó la famosa nariz fue un clérigo islámico llamado Sa´im al-Dahr, linchado por vandalismo en 1378.
En cambio, los ejércitos británicos y alemanes en sus respectivas invasiones, no tuvieron nada que ver: existen fotografías fechadas en 1886 en las que ya aparece sin nariz. En cuanto a Napoleón, hay grabados y dibujos de la estatua realizados en 1737, treinta y dos años antes de que naciera… y ya carecía de nariz. Probablemente ya entonces llevaba desaparecida cientos de años.
Napoleón fue a Egipto con la intención de cortar la línea de comunicación de Inglaterra con la India. Libró dos batallas allí: la Batalla de las Pirámides (que no tuvo lugar, qué cosas, junto a las Pirámides) y la Batalla del Nilo (que tampoco fue en ese río). Además de 55.000 soldados, Napoleón llevó con él 155 civiles, sabios en diferentes áreas del conocimiento. Fue la primera expedición arqueológica que se llevó a cabo en el país.
Cuando se marchó a Francia después de que Nelson le hundiera la flota, el futuro emperador dejó abandonado a su ejército y a los sabios, cuyo trabajo, no obstante, continuó. Fruto de aquellas investigaciones se publicó “Description de l ´Egypte, el primer y muy influyente tratado de la milenaria nación.
Con todo, los guías egipcios que pasean a los turistas por las Pirámides siguen repitiendo el bulo de que la nariz de la Esfinge fue “robada por Napoleón” y trasladada al Louvre, en París.
Lo más probable es que el órgano perdido desapareciera tras sufrir 6.000 años de viento y arena sobre su delicada arenisca.
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