martes, 20 de noviembre de 2012
¿Qué era lo más mortal en las batallas navales del siglo XVIII?
Las malditas astillas.
Las balas de cañón de los navíos de entonces no explotaban (no hagan caso de las películas). Se “limitaban” a atravesar el casco del barco y machacar todo aquello que encontraban en su camino, levantando enormes trozos de madera que volaban por las cubiertas a gran velocidad, cortando, clavándose y golpeando a todo el que tuviera la mala suerte de encontrarse por allí.
Los barcos de la época a menudo estaban medio podridos y en mal estado de navegabilidad. Muchos de los oficiales habían comprado sus cargos y no tenían ni idea de técnica naval, navegación, combate o siquiera comandar a los hombres. Las hernias causadas por la manipulación de velamen húmedo eran tan comunes en la Armada británica que ésta se vio obligada a introducir fajas entre la marinería. Y, para colmo, las pagas no aumentaron durante todo un siglo.
A corta distancia, una bala de cañón de tamaño medio era capaz de penetrar la madera hasta una profundidad de 60 cm. La mejor forma de evitar las astillas (además de construir el barco de metal, claro) era utilizar un tipo de madera que se podía encontrar en el sudeste norteamericano. Además de ser una de las maderas más duras que ofrece la Naturaleza, el Quercus virginiana o Live Oak, el árbol típico de Georgia (EEUU) es el símbolo de la fuerza y resistencia de los estados sureños (es el roble engalanado con cintas de musgo que se puede ver en muchas películas, como “Lo que el viento se llevó”).
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