Georges Clemenceau, hombre de Estado y antiguo presidente francés, describió uno de los cuadros de nenúfares pintado por su amigo Claude Monet como “una vega cubierta de flores y hojas, inflamada por la antorcha del sol y brillando con los juegos de la luz entre el cielo y la superficie del agua”. Clemenceau había coordinado satisfactoriamente las campañas militares y políticas destinadas a conseguir el final de la Primera Guerra Mundial y hecho una aportación importante a la victoria aliada. Alababa con gran entusiasmo los cuadros de nenúfares de Monet y decía que eran una “revelación”. Entre 1915 y 1924 logró que Monet pintara ocho enormes murales de nenúfares en las paredes de L´Orangerie, en las Tullerías, como regalo a la nación.
Sin embargo, pese a ese estímulo, Claude Monet no estuvo rodeado de promotores y mecenas distinguidos desde el principio. Por el contrario, su obra titulada “Impression, soleil levant”, inspiró al crítico Louis Leroy a acuñar el despreciativo término “impresionistas” para todo aquel grupo de pintores que no le gustaban. Durante décadas, Monet vivió prácticamente en la miseria. No fue hasta que el marchante Theo van Gogh, hermano de Vincent, vendió uno de sus cuadros por diez mil trescientos cincuenta francos –entonces una cantidad inaudita para una obra de arte contemporáneo- que Claude Monet logró vivir con bastante comodidad. Empezó a cosechar el fruto de su éxito cuando ya era de mediana edad.
Pudo, incluso, hacer realidad algo que había soñado toda su vida. Durante siete años había alquilado una casa en Giverny; ahora pudo comprarla y diseñar un jardín de flores y arbustos.
En 1895 y 1896 negoció, con éxito, la compra de varios terrenos vecinos –que incluían un estanque- en los que plantó una profusión de sauces llorones, lirios, rododendros y nenúfares. Entusiasta jardinero paisajista, se inspiró en las tallas japonesas, que ahora eran muy buscadas en el mercado del arte europeo, en especial en Francia e Inglaterra. Monet sentía tanto cariño por su propiedad que su principal preocupación durante los 36 años que le quedaban de vida fue pintar vistas de sus jardines.
De joven siempre había pintado al aire libre para captar la luz y el ambiente, el juego entre el color y el reflejo. Los seis jardineros que Monet empleó en su ancianidad cuidaban de su paraíso, dejándole libertad para pintarlo y retocar los cuadros en su estudio. Los nenúfares eran su obsesión: entre 1903 y 1908 los pintó en 48 cuadros, que expuso en París en 1909. Buscaba la eternidad en la pintura o eso parece sugerir su fugaz vislumbre de ella.
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