
Sus primeras dudas aparecen ya durante la Última Cena, cuando le dice a Jesús que no sabe dónde va a ir o cómo llegar hasta él. Entonces, Jesús le responde “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí…”.
Pero cuando mostró sus mayores reservas fue cuando los otros apóstoles le dijeron que Jesús, crucificado unos días antes, se les había aparecido en su ausencia. La respuesta del santo fue que si no lo veía y le tocaba sus heridas, no creería lo que le decían. Una semana más tarde, los apóstoles se encontraban todos juntos cuando se les apareció de nuevo Jesús, quien invito a santo Tomás a que tocara las heridas que tenía en sus manos y de su costado. El apóstol, entonces, exclamó: “¡Señor mío y Dios mío!”, y declaró su fe en la condición divina de Cristo, quien aprovechó la ocasión para recalcar una vez más la importancia de la fe diciendo “Porque me has visto, has creído, dichosos los que sin ver creyeron”.
Los textos apócrifos cuentan que santo Tomás volvió a hacer gala de su incredulidad con motivo

En pintura se le suele representar con una lanza o una daga o bien una escuadra o un cartabón de arquitecto.
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