domingo, 4 de diciembre de 2011

Fantasmas y Apariciones (2)


(Continúa de la entrada anterior)

Desde que se ha tenido la sensación de que los espíritus estaban de alguna forma presentes en el mundo material y podían intervenir en él, se ha intentado contactar con ellos, fundamentalmente con fines adivinatorios. Si es cierto que los espíritus tienen un conocimiento muy superior al de los mortales acerca del pasado, presente y futuro, conseguir una línea directa con los muertos significa tener acceso al poder.

En todas las sociedades primitivas ha habido chamanes y brujos, que eran los únicos con acceso a las revelaciones del más allá. En culturas religiosas más avanzadas, de alguna forma, los sacerdotes han asumido ese papel. Sólo a partir del siglo XIX, con la aparición del espiritismo, se ha buscado en el contacto con los difuntos un interés puramente mercantilista, aprovechándose de la ingenua credulidad de los participantes.

En marzo de 1848, Katie y Maggie Fox, dos niñas de Hydesville, cerca de Nueva york, descubrieron que eran capaces de producir ruidos con los dedos de los pies, haciéndolos chasquear contra el suelo u otros muebles e hicieron creer de esa forma a su madre que un espíritu intentaba contactar con la familia. Leah, la hermana mayor, con un sentido mucho más práctico de la vida, decidió sacarle provecho al pequeño truco organizando sesiones, por supuesto previo pago de cierta cantidad de dinero, en las que los visitantes podían contactar con sus seres queridos difuntos a través de las niñas, que actuaban así como intermediarias o médiums entre el mundo material y el espiritual.

Con posterioridad, y a pesar de la confesión de las hermanas Fox, los creyentes en el espiritismo han sido muchísimos, como muchos han sido los métodos utilizados para contactar con el más allá. De los golpes y chasquidos vía médium, se pasó a utilizar una oui-ja, una tabla en la que están representadas las letras del abecedario y que supuestamente permite comunicarse con los espíritus de una forma rápida y eficiente.

Sin duda, los espíritus también han sabido sacar provecho de los avances de la tecnología,
interfiriendo las grabaciones magnetofónicas, mostrándose a través de la televisión en regiones del espectro en las que no emite ninguna emisora o apareciendo misteriosamente en fotografías. La verdad es que todos estos registros de la supuesta acción de los espíritus son muy fáciles de falsear, incluso involuntariamente –muchas de las supuestas psicofonías recogen realmente sonidos de emisoras lejanas por el efecto de la refracción de las ondas en la ionosfera-, y no superan nunca en espectacularidad ni verosimilitud a los trucos realizados por cualquier prestidigitador medianamente hábil.

Tampoco debe quitarse importancia a las declaraciones del astrónomo Camille Flamarion, según el cual las sesiones de espiritismo tenían un gran éxito porque, en muchas ocasiones, los caballeros aprovechaban la obligada oscuridad para meter mano a señoras y jovencitas, que aceptaban complacidas poner en peligro un contacto espiritual a favor de uno físico.

Desde el punto de vista científico, hay que tener en cuenta que las apariciones de fantasmas y espectros constituyen un fenómeno puramente subjetivo. La forma concreta de un espectro y la misma aparición del espíritu están totalmente condicionadas por el observador. Incluso, en muchos casos, sólo una persona es capaz de ver la aparición, aunque haya otras presentes en el mismo escenario.

Esto hace imposible el análisis científico del fenómeno en sí, ya que la ciencia sólo puede estudiar fenómenos que sean objetivos y reproducibles. En el caso de una aparición, lo único transmisible es la propia experiencia del individuo, por lo que entra más en el terreno de la psicología que en el de un estudio físico sistemático. De hecho, muchas de las experiencias de apariciones son fenomenológicamente indistinguibles de las alucinaciones. La aparición es un fenómeno real, pero sólo en la mente del observador.

Entre todos los casos documentados de personas que han experimentado o presenciado la aparición de un fantasma, se repiten una serie de patrones muy característicos. En la mayoría de los casos se da una situación de angustia o de obsesión por parte del observador. Es frecuente que, ante la reciente pérdida de un ser querido, se tenga la experiencia de verlo en determinados momentos. La angustia que supone este suceso hace que se repita muchas veces con intensidad creciente. La única forma de combatir al fantasma es plantarle cara, como si realmente existiera. La razón por la que la aparición es recurrente es el miedo a que se produzca. Lo que hay que combatir realmente es ese miedo.

Otra de las experiencias, muy estudiadas por psicólogos y neurólogos, y que lleva a la sensación de una aparición fantasmal, son las alucinaciones hipnagógicas, causantes de los terrores nocturnos. Cuando una persona se está durmiendo, sus distintas funciones cerebrales no siempre están en estado de sueño al mismo tiempo. Es fácil que determinadas funciones se hallen anuladas, mientras otras aún permanecen activas. De esta forma, puede ser que tengamos consciencia de estar aún despiertos y simultáneamente tengamos una alucinación propia de un sueño, pero que vivimos con especial realismo. Si además nuestras funciones motoras están bloqueadas, tendremos la sensación de estar paralizados, incapaces de huir de una experiencia que nos puede llegar a aterrorizar. En esa situación, basta un pequeño ruido o que alguien nos toque, para salir de tan desagradable estado. Este fenómeno psicológico es muy típico en los niños, pero también puede suceder a los adultos.

Si, ante la pérdida de un ser querido, tenemos una experiencia de este tipo, y más aún si estamos
imbuidos de una cultura de carácter dualista, en la que existe una fuerte creencia en la inmortalidad del alma, resulta sumamente fácil llegar a la conclusión de que lo que hemos visto es realmente el espíritu de nuestro ser querido, que viene a comunicarnos algo.

Existe un factor de otra índole, pero también de carácter psicológico, que se repite con frecuencia. En los casos de fantasmas que se manifiestan por medio de movimientos y ruidos extraños, suele suceder que todos esos fenómenos ocurran cuando un miembro concreto de la familia está presente, por lo general un adolescente. En familias proclives a creer en fenómenos paranormales y en las que uno de los hijos tiene problemas de carácter afectivo, ésta suele ser una forma de canalizar sus frustraciones y reclamar la atención de quienes le rodean.

A la hora de estudiar los fenómenos físicos asociados a un supuesto contacto con el más allá, casi siempre se pueden explicar de una forma mucho más simple que suponiendo la interacción de un espíritu etéreo en el mundo material. Y en los casos en los que no existe tal explicación suele ser porque se ha investigado poco o mal. En sesiones de espiritismo con la oui-ja, la acción de los participantes, aunque sea de forma inconsciente, resulta innegable. Se pueden diseñar experimentos en los que, sin contradecir los requisitos de la oui-ja, se elimine toda interacción de los participantes en el objeto móvil. En esos experimentos, el indicador, como era de esperar, no se mueve. Por otro lado, la banalidad de las revelaciones hechas por los espíritus, a quienes se supone en conocimiento de la verdad, deja mucho que desear. Una prueba muy sencilla consiste en formularle al espíritu una pregunta cuya respuesta no conozca ninguno de los asistentes a la sesión. Ante su ignorancia, el espíritu guardará un respetuoso silencio.

Muchas veces, al explicar las psicofonías o determinadas apariciones, los estudiosos han esgrimido hipótesis distintas de la presencia real de un espíritu. Así, algunos suponen que tales fenómenos son debidos a proyecciones del subconsciente de una persona, que se materializan como consecuencia del profundo deseo de esa persona de ver un fantasma. Otras explicaciones a las psicofonías o los poltergeist serían la psicokinesis y la telepsicokinesis, según las cuáles la propia mente de una persona con especiales cualidades psíquicas sería capaz de interactuar con el sistema de grabación de un magnetófono o podría mover objetos mentalmente de forma inconsciente.

El problema de estas explicaciones es que parten de hipótesis no demostradas por ahora y que
muchas veces resultan más inverosímiles que la propia presencia de los espíritus. Un curioso fenómeno asociado a las apariciones es que no sólo son terriblemente reacias a ocurrir en presencia de investigadores independientes, sino que, a medida que se afinan los medios de verificación, la intensidad del fenómeno se va debilitando. En una entrada anterior cuento el caso de Houdini como destapador de engaños psíquicos.

En cualquier caso, sean reales o imaginadas, las apariciones de los fantasmas, sean gratuitas o financiadas por productoras cinematográficas, lo innegable es que, aunque vivimos en una era altamente tecnificada, por nuestra cultura o por la propia forma de ser de los humanos, seguimos necesitando de lo irreal, lo mágico, lo incognoscible y lo inalcanzable. O dicho de otra manera: para no sentirnos desamparados en medio del universo y para no desesperar ante la perspectiva de un fin definitivo, necesitamos creer que hay algo más, aunque ese algo sea ficticio.

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