Nada más normal para los contemporáneos que, con la llegada del mes de septiembre, empezar a interesarnos por la moda de otoño/invierno, los vestidos del nuevo curso. El rito se vuelve a repetir en el mes de marzo: es entonces cuando la moda de primavera/verano sale a la calle. Aunque la vorágine de los tiempos actuales pretende que la moda es una creación constante, aún perduran las normas que el viejo sistema de la Alta Costura inventó a finales del siglo XIX: dos veces cada año se activan las pasarelas, se movilizan las marcas y comienza el desfile de la creación aplicada a nuestros vestidos.
Más de cien años han establecido la costumbre de que existan todavía diferencias entre los vestidos para la “temporada de invierno” y para la “temporada de verano”. Hoy a todos nos parece normal que así sea, aunque los nuevos sistemas de calefacción y aire acondicionado están comenzando a cambiar esa idea. Si en un futuro desapareciera esta organización de nuestros vestidos “por temporadas” no deberíamos extrañarnos; hasta el invento de la Couture, expresión francesa equivalente a Alta Costura, datada por el historiador François Boucher en 1858, a nadie se le había ocurrido cambiar de vestidos según la época del año. Lo normal era sobreponer unas prendas a otras cuando hacía frío.
Todo cambió cuando de la mano de una española, Eugenia de Montijo, esplendorosa e imitadísima emperatriz de Francia, llegó a la corte francesa un costurero inglés, Charles Frederick Worth, cuya firma perduró, tras cuatro generaciones de modistos Worth, hasta 1954. En 1858, el inglés tenía 33 años, estaba asociado con un sueco, Boberg, y se hizo famoso al instante por el estilo opulento y lujoso con que vistió a la Emperatriz. Eugenia de Montijo era el centro de todas las miradas y se convirtió en una magnífica plataforma para la difusión de las nuevas ideas de Worth.
La Emperatriz siguió la tradición francesa de promover la incipiente industria textil, y Worth entendió el encargo complicando la estructura del traje, al que añadió crinolinas, encajes, cintas, concibiéndolo como un auténtico espectáculo. Cuentan que la Emperatriz llamó a esos espectaculares vestidos sus “trajes políticos”. La Alta Costura fue también el nacimiento de una marca genérica que prestigió la forma de vestir en la gran etapa histórica de la burguesía.
Cuando Worth empezó a tener encargos, gracias a la promoción que de su estilo hacía la Emperatriz, tuvo la idea de presentar una colección de vestidos que pudieran ser contemplados por sus clientas sobre maniquíes de carne y hueso. Hasta entonces, los costureros enseñaban dibujos o explicaban sus diseños a sus clientas de forma individual, con la ayuda del tejido.
Con la invención de “la colección” y del “desfile” de los vestidos sobre maniquíes, Worth ahorraba tiempo y ampliaba su clientela. Pocas de aquellas privilegiadas mujeres eran capaces de resistirse ante la espléndida visión de una bella modelo luciendo un espectacular atuendo. Su sistema de colecciones fue el que introdujo la costumbre del cambio instituido “por temporadas”: vestidos ligeros para el verano y vestidos más abrigados para el invierno.
La buena estrella de Worth hizo que los avances textiles impulsaran definitivamente su propuesta; así, el algodón y la seda fina encontraron terreno abonado en los frescos vestidos para el calor, y el terciopelo, la lana y la seda gruesa se convirtieron en calientes y elegantes indumentarias invernales.
La Alta Costura recogió como clientes, desde sus inicios, a las mujeres más bellas y más admiradas del mundo. La realeza y la aristocracia, pero también, y sobre todo, la riqueza de la nueva gran burguesía, configuraron un mundo de exclusividad, distinción y elegancia que dio a la Alta Costura su prestigio e influencia decisiva como motor de la moda. Ésta fue la genial aportación de Worth: la Alta Costura fue la impulsora de la industria de la moda y consolidó a París como su capital mundial.
A la muerte de Worth, en 1895, el sistema de colecciones y temporadas, una verdadera empresa de creación y comercialización de prototipos de vestidos, estaba consolidado y había sido adoptado por otros costureros que, como Worth, se enorgullecían de su profesión. La saga de los Worth, los hijos Jean Philippe y Gaston, los nietos Jean Charles y Jacques, así como los biznietos Roger y Maurice, mantuvieron la casa abierta en París y Londres hasta 1954, cuando la moda ya era completamente diferente de la que vio nacer la Alta Costura.
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