
Esta interrelación, fundamental en el proceso de formación de la burbuja del crédito tras el final de la Guerra Fría, era tan íntima que cuando en el otoño de 2008, los norteamericanos dejaron de consumir y construir, miles de fábricas chinas desaparecieron y pueblos enteros se encontraron con que todos sus habitantes se habían quedado en el paro. Un buen ejemplo es la

No es de sorprender que Dafen fuera aplastada por el estallido de la burbuja crediticia norteamericana. Porque los propietarios inmobiliarios y hoteles americanos eran sus principales clientes y cuantas más casas se construían en Estados Unidos más paredes necesitaban cuadros. Cuando todo se vino abajo, las ondas de choque llegaron hasta esa pequeña parte de China.
Demasiado consumo, demasiada construcción, demasiados créditos... todo eso era normal en la década de los noventa y la primera del siglo XXI. El dinero era barato, los recursos estaban disponibles... ¿por qué no hacerlo?
No estoy en contra del comercio global y el crecimiento económico, pero ese crecimiento debe ser equilibrado, tanto económica como ecológicamente. No podemos seguir limitándonos a ser los consumidores y dejar que China produzca. Nadie debe continuar ignorando que los artículos se producen y consumen de una forma dañina para el medio ambiente y a una escala sin precedentes. Este crecimiento económico, este tren vida es sencillamente insostenible, tanto económica como ecológicamente.

Por suerte, no fue fatal. Pero no debemos ignorar lo que significa: que hemos estado creciendo de un modo que no es sano ni para nuestros mercados ni para nuestro planeta, para nuestros bancos o nuestros bosques, nuestros comerciantes o nuestros ríos. La Gran Recesión fue el momento en el que Mercado y Naturaleza se encontraron y dijeron a las principales economías del mundo (empezando por Estados Unidos y China): "Esto no puede continuar. Ya es suficiente".
Y así es. La forma en la que estábamos creando riqueza había creado tantos elementos tóxicos,

Por supuesto, no todo el crecimiento conseguido fue de esta manera fraudulenta. Se mejoró la productividad y se crearon nuevas compañías, como Amazon o Google, nuevos productos como los iPod o los iPhone y nuevos servicios como la publicidad online o el software libre, todo lo cual ha contribuido a mejorar la vida de la gente. Pero el problema es que gran parte de ese crecimiento se ha conseguido a base de echar mano de los ahorros de nuestros nietos y los recursos naturales. Es decir, hemos hipotecado el futuro por querer vivir más allá de nuestras posibilidades reales.

El mundo tiene un problema. Se está calentando (por el calentamiento global), se consume demasiado debido al aumento del nivel de vida y hay demasiada gente (se añaden unos mil millones de personas cada trece años). El efecto conjunto de estos factores se ha ido multiplicando exponencialmente a medida que la economía se globalizaba y el sistema de crecimiento en el que hemos caído desestabilizaba el mercado y la naturaleza hasta un punto que ya no puede ignorarse.
Si de alguna forma puede resumirse el momento en el que vivimos podría ser esta: nuestros abuelos pusieron los cimientos para un mundo de libertades civiles, abundancia y oportunidades hasta un grado que jamás la Historia había conocido. La generación posterior, nacida en los años cincuenta y sesenta, vivió de los ahorros financieros y ecológicos, dejando a sus hijos y nietos un enorme déficit financiero y ecológico. Ya no nos lo podemos permitir. Hay que reunir la voluntad, la energía y la capacidad de innovación para regenerar y renovar el mundo de tal forma que se pueda crecer de una forma sostenible, sana, limpia y justa.

La Revolución Verde ya no va de salvar a las ballenas. Y no es algo que podamos dejar a los hijos de nuestros hijos, una generación demasiado lejana como para sentirse comprometido con ella. Esto va de nosotros, del mundo en el que nosotros y nuestros hijos vamos a vivir durante el resto de nuestras vidas; y va de luchar por crear riqueza -porque todo el mundo quiere vivir mejor- sin introducir al mismo tiempo activos tóxicos en el mercado financiero o el mundo natural. Es un proyecto urgente, porque la forma de vida en la que nos hemos sumergido en los últimos años no puede legarse a otra generación sin consecuencias catastróficas.
Como dije, Mercado y Naturaleza lanzaron su voz de alarma al mismo tiempo por las mismas razones. Y esto es algo que debemos comprender si no queremos repetirlo. Concentrémonos en los tres puntos principales: el ocultamiento deliberado y sistemático de los auténticos costes y riesgos de lo que hacemos; la aplicación de la peor clase de negocios y valores antiecológicos; y la privatización de los beneficios junto a la socialización de las pérdidas.
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