viernes, 11 de junio de 2010

1212- La Cruzada de los Niños


A principios del siglo XII, el mundo estaba dividido por la religión: el occidente cristiano enfrentado al oriente musulmán, un conflicto que dio origen a las Cruzadas. Los cruzados europeos habían estado luchando contra los musulmanes durante casi 150 años para liberar Tierra Santa y Jerusalén. En 1212 se produjo un extraordinario movimiento conocido popularmente como Cruzada de los Niños: dos chicos de doce años fueron seguidos por miles de niños en su viaje a Jerusalén. No tenían ni idea de lo que se encontrarían. Fue un movimiento inspirado por Dios e instigado por más de un siglo de guerra santa.

La importancia de Jerusalén en la fe cristiana residía en que la ciudad había sido escenario de muchos de los episodios narrados en la Biblia. Las cruzadas pretendían liberar la ciudad para que los cristianos pudieran visitarla libremente. Pero la idea de Jerusalén también estaba presente en la sociedad medieval de una manera más simbólica: de alguna manera, al morir, si habías llevado una vida virtuosa, terminabas en el Jerusalén celestial y una manera de hacer méritos era ayudar a liberar a la ciudad terrenal de los musulmanes.

En el Medievo el pecado era algo omnipresente. Todo el mundo pecaba a todas horas y por cualquier motivo. El arrepentimiento era algo que se predicaba desde los púlpitos continuamente. La consecuencia de todos aquellos pecados era acabar en el infierno pero una manera de evitarlo era peregrinar hasta Jerusalén para obtener el perdón, un viaje absolutorio que había venido realizándose desde hacía siglos. Y ahora, de repente, ya no podían hacerlo. Los peregrinos regresaban a sus hogares diciendo que no habían podido pasar.

Era inevitable una guerra santa que rescatara la ciudad para el cristianismo. Pero reunir un ejército era una empresa cara. En 1095 el papa Urbano II propone una solución al problema: envía una apasionada petición a todos los cristianos para que se reúnan cumpliendo su deber y marchen en cruzada tras la Santa Cruz. Había que ir a ayudar a los cristianos de Oriente y recuperar Jerusalén. Los cruzados debían pagarse los gastos del viaje a Tierra Santa, pero a cambio de realizar esa misión divina, el papa les garantizaba un perdón especial: sus acciones constituirían suficiente penitencia como para perdonar cualquier pecado cometido anteriormente en sus vidas.

Con esa declaración, el papa Urbano podía crear un ejército de devotos sin coste alguno, pero para conseguir que la gente se uniera a él debía convencerla, por lo que él mismo se dirigió personalmente a Francia, enviando a sus oradores más dotados por el resto de Europa. Los predicadores de las cruzadas tenían el objetivo específico de provocar reacciones espontáneas en situaciones cargadas de emoción. Llegaban a una población, elegían un escenario dramático y celebraban una misa solemne. Cuando había acabado, el predicador leía la carta del papa llamando a la cruzada. El sermón era corto y terminaba con una invocación emocional llamando a unirse a la misión. El pueblo empezaba a cantar y en medio de todo aquello se levantaban varios hombres, olvidándose de ellos mismos, sus familias y obligaciones, para someterse a la misión sagrada. En términos económicos, para sus familias, un viaje a Tierra Santa costaba seis veces el salario anual de un caballero normal. Aún así, la motivación era intensa.

En primer lugar, las cruzadas eran algo prestigioso, bueno para el alma, una bendición de Dios. Pero también se sacaba algo de ello: ir a las cruzadas daba prestigio y no se puede pasar por alto que un cruzado victorioso se convertía en un personaje importante tanto en su propio país como en el resto del mundo cristiano. Incluso los campesinos querían ir a las cruzadas, poniéndose al servicio de los caballeros por el camino y ganándose el sustento. A menudo tenían pocas posesiones y su futuro en Europa era más bien incierto, mientras que los cruzados les daban la posibilidad de ganar dinero y, si decidían quedarse en Tierra Santa, ascender en la escala social.

La respuesta a la llamada del papa fue increíble. Quizá unas 70.000 u 80.000 personas decidieron afrontar años de penurias, viajes y batallas, para conseguir aquel objetivo. Se trataba de cubrir 3.000 km sin ningún sistema de aprovisionamiento fuera de territorio cristiano, pasando hambre, peligros y enfermedades. Y al final, al cabo de tres años, en 1099 consiguieron conquistar Jerusalén. Ellos mismos no se explicaban todavía lo conseguido si no era por la intervención del mismísimo Dios. Por primera vez en más de 400 años, Jerusalén estaba en manos cristianas. La reacción musulmana fue la yihad, la respuesta islámica de la guerra santa.

Occidente dominó Jerusalén durante 88 años, aunque no sin contratiempos. Muchos cruzados luchaban entre ellos para hacerse con el poder. Otros, completan su peregrinaje y vuelven a Europa, abandonando sus armas y armaduras y emprendiendo un viaje tan peligroso como el de ida.

En 1146 se convoca la Segunda Cruzada para reforzar el número de cristianos en Jerusalén y frenar el avance de los musulmanes. Pero esto no hace sino aumentar la división interna y la desilusión. Mientras tanto, los musulmanes responden en 1187 con Saladino a la cabeza de un ejército de más de 30.000 guerreros. El caudillo irrumpió en Tierra Santa, inspirando a los musulmanes y conquistando Jerusalén tras un asedio de dos semanas. No ordenó ninguna ejecución, dejó irse a los cristianos derrotados pagando una pequeña cantidad de dinero y liberando a los campesinos que no tenían con qué pagar ese rescate. Jerusalén volvía a estar en manos musulmanas. La noticia supuso una gran conmoción en Europa.

A finales del siglo XII y principios del XIII hubo un aumento del fervor religioso por las cruzadas en Europa Occidental. En 1187, diez días después de la muerte de su predecesor, el papa Gregorio VII convocó la Tercera Cruzada. Sin embargo, a diferencia de sus antecesores, que habían hecho un llamamiento general, estaba decidido a reforzar su ejército. Un “ejército” de personas enfermizas, pobres, ancianos o muy jóvenes, sin medios para costarse las armas, el proyecto nunca funcionaría. La Tercera Cruzada sólo admitió a soldados. Las masas de campesinos ya no podían unirse a la campaña porque el plan consistía en ir a oriente en barco y, por tanto, había que comprarse el pasaje y los pobres no podían permitírselo. En 1190, el rey inglés Ricardo Corazón de León encabezó un ejército de caballeros y soldados profesionales para liberar Tierra Santa. Pero tras dos años de campaña, Ricardo enfermó y empezó a preocuparse por la situación política en su país, por lo que llega a un acuerdo con Saladino: Occidente controlaría una franja de tierra a lo largo de la costa y los peregrinos podrían moverse libremente por Tierra Santa. Jerusalén permanecería en manos musulmanas. Fue un éxito limitado. La victoria se les escapaba de las manos a los soldados más profesionales que habían combatido en una cruzada.

Finalmente, en 1198, el papa Inocencio III convocó la Cuarta Cruzada. Fue el más obsesionado con las cruzadas de los papas de la Edad Media. Además era un hombre con un carácter muy emocional y con un gran carisma. No quería ni personas mayores ni niños ni nadie que no luchara. Como en la Tercera Cruzada, aquellos profesionales fracasaron. En Europa se tenía la sensación de que las cruzadas no habían salido bien, en buena medida porque la Cuarta Cruzada no ya es que hubiera estado mal planificada, sino que se había convertido en un acto de piratería contra otros cristianos: los cruzados llegaron a Constantinopla y se hicieron con la ciudad, saqueándola. Aquellos comprometidos con las cruzadas estaban sumidos en una profunda confusión, pero se resistían a dar por perdida Tierra Santa.

Si los ricos habían fracasado, ¿podían conseguirlo los pobres? Acaso fueran los predilectos de Dios. La pobreza les proporcionaba un elemento de pureza, que les permitiría recibir la bendición divina y conseguir el éxito. Podría decirse que el terreno estaba preparado: fue un movimiento de fervor de masas alucinadas. Los grandes líderes fracasaron y entonces, unos chicos decidieron dejar de lado sus juegos y llevar a cabo grandes actos de valor.

En el verano de 1212, Stefan de Cloyes, un niño francés de doce años, tuvo una visión: Cristo se le apareció como si fuera un peregrino y le dio una carta que quería que entregara al rey Felipe Augusto de Francia, en la que le pedía que liderase una nueva cruzada para liberar de Jerusalén. Con este mensaje divino, Stefan reunió un grupo de seguidores y se dirigió hacia París para entregárselo al rey y sus consejeros de la Sorbona. Tener una visión y ser dirigido por Cristo no era infrecuente en la época medieval, algo a lo que la gente estaba acostumbrada. El elegido no solía tener problemas reunir un grupo más o menos numeroso de seguidores.

Fue recibido por el rey y éste consultó con los doctores de la Sorbona si el proyecto era válido. Éstos decidieron que no y el rey ordenó disgregar el grupo. Los estudiosos opinan que el movimiento de Stefan terminó allí. Sin embargo, un fenómeno similar surgió en Alemania al mismo tiempo, liderado por otro chico llamado Nicolás de Colonia. Éste fue seguramente la cabeza visible de una corriente que ya estaba formándose y de la que destacó de manera natural.

Sin embargo, la inspiración de Nicolás era diferente de la de Stefan, Éste decía que tenía la carta de una aparición. Nicolas tenía una cruz, con tan poderoso símbolo, reunió miles de seguidores por toda Alemania. Contaba con el suficiente carisma como para poner tras de sí a siete u ocho mil jóvenes ansiosos por liberar la ciudad santa. Existen referencias de padres que querían encerrar sus hijos para que no fueran. Les decían que era una locura, una insensatez… aún así, no era fácil disuadir a los devotos. La gente les preguntaba “¿a dónde vais?” Y ellos respondían “A Dios”. Y dónde sino en Tierra Santa iba a estar Dios.

En el verano de 1212, aquél ejército de niños salió del sur de Alemania, atravesó los Alpes suizos, y llegó al norte de Italia. Fue uno de los veranos más calurosos de los que se tiene constancia en aquella época y los muchachos, sencillamente, no estaban preparados. Para ir a la cruzada se solían tardar dos años entre la preparación personal, el equipo, conseguir el dinero, dejar provista a la familia… Los niños no se pararon a planear algo, no se lo plantearon siquiera. No tenían ni idea de dónde estaba Jerusalén. Les movía sólo la fe.

Aquellos cruzados vagaron tres meses por Europa, subsistiendo gracias a la generosidad de desconocidos que les daban comida y cobijo pensando que les había tocado la mano de Dios. Habría gente que seguramente sólo querría que se fueran de su pueblo; en otras palabras, les pagaban para que se fueran. No hay referencias históricas sobre cuántos niños cruzados pasaron por aquellos pueblos. Se suele cifrar entre veinte y noventa mil, según un cronista del siglo XIV. El creciente número de niños cruzados siguió su camino aun cuando no tenían ningún líder militar ni ninguna estrategia para conquistar Jerusalén. Creían que llegarían a Tierra Santa, que el enemigo, al verles, huiría de la ciudad.


En agosto de 1212, los cruzados de Nicolás llegaron a la ciudad portuaria de Génova, en el norte de Italia. Los niños creían que el Mediterráneo se iba a abrir como el Mar Rojo ante los israelitas. Una soleada mañana de agosto, los pequeños cruzados se reunieron en una playa para esperar el milagro de Dios. Pero para su consternación, no sucedió nada. Estaban profundamente decepcionados. Según los cronistas, a la mañana siguiente se habían dispersado. Algunos volvieron a casa, otros desaparecieron en el campo. Quién sabe.

Muchos se dieron cuenta de lo inútil que era todo aquello. Otros quizá subieron a algún barco con la esperanza de llegar a Tierra Santa. Con sus esperanzas truncadas, el grupo de Nicolás se dividió en dos. Los historiadores tienen la hipótesis de que algunos se quedaron junto a Nicolás en Italia y que otros se dirigieron hacia Marsella con la intención de llegar a Jerusalén. Éstos tuvieron “suerte” y encontraron dos barcos que estaban dispuestos a llevarlos hacia el este, pero una vez a bordo fueron encerrados en la bodega, llevados a Egipto y vendidos como esclavos. Algunos acabaron en la corte de Bagdad, otros fueron martirizados y la mayoría simplemente desapareció. Este triste relato es un añadido posterior a la leyenda y podría ser verdad o no. Pero como siempre ha habido mercaderes sin escrúpulos, la historia no resulta inverosímil.

Nicolas y los seguidores que se quedaron en Italia no conocían a nadie allí ni consiguieron embarcarse hacia Jerusalén. Algunos historiadores creen que se dirigieron a Roma para entrevistarse con el papa y pedirle su apoyo, pero sus súplicas cayeron en saco roto. La Iglesia tuvo una reacción negativa hacia la Cruzada de los Niños. No estaban bajo su control. Se suponía que los cruzados debían ser supervisados por la Iglesia. Cuando los niños llegaron a Roma en el verano de 1212, Nicolás consiguió una audiencia con el papa Inocencio III. Éste no estaba demasiado entusiasmado por aquella empresa, pero su situación era delicada, ya que no quería perder el apoyo popular para la guerra santa y aquellos niños parecían gozar del favor del vulgo.

Pero sin el apoyo expreso y decidido del papa, la Cruzada de los Niños estaba abocada al fracaso. Lo más seguro es que la mayor parte, al menos del grupo de Nicolás, llegara al Mediterráneo. Lo que es seguro es que la mayoría no volvió a sus casas. Habían hecho el ridículo, estaban dispersos e indefensos, nadie les daba limosna… Hay quien cree que el hecho de que no volvieran a sus hogares no se debe a que murieran, sino a que se establecieron en el sur de Europa. Encontraron trabajo y algún tipo de seguridad económica, ocuparon su lugar en la economía y sociedad mediterránea. Lo que empezó siendo un fenómeno religioso acabó transformado en un movimiento migratorio. El final de la Cruzada de los Niños proporcionó a los niños una nueva oportunidad, establecerse y olvidar sus penalidades.

Algunos cronistas narran que Nicolás nunca olvidó su fervor por las cruzadas y que se quedó en Roma unos años hasta que creció. Siendo ya un hombre, se unió a la quinta cruzada en 1217. Fue a Egipto, donde luchó y destacó. Según otras referencias su familia no tuvo tanta suerte: el padre de Nicolás fue linchado por sus vecinos, furiosos porque Nicolás se había llevado a sus hijos y ninguno había vuelto. No obstante, algunos historiadores se cuestionan el hecho de que los padres hubieran permitido a los niños dejar sus casas y marchar a un destino desconocido. Contrariamente a lo que a veces se ha afirmado, los padres del siglo XIII querían a sus hijos tanto como los padres de ahora. Por eso no hay motivos para pensar que les dejaran llevar a cabo un plan a todas luces descabellado. Con este enfoque, ¿podría la Cruzada de los Niños no ser más que una fábula?

La mayoría de la información de que disponemos sobre este episodio procede de las crónicas contemporáneas de las ciudades y monasterios por los que pasaban los niños. Estos informes son muy básicos; se limitan a decir que tal día de 1212 pasó por allí una muchedumbre. Muchos de aquellos cronistas eran monjes y predicadores que trataban la historia de una forma muy personal, extrayendo lecciones morales a partir de sucesos reales. Por ello, resulta difícil separar realidad de ficción.

En la actualidad, algunos historiadores han encontrado pruebas que sugieren algo totalmente diferente: es posible que la cruzada no estuviera compuesta solo por niños. En la Edad Media se utilizaba una palabra en latín para designar a un niño, puer, se aplicaba a niños de 6 a 14 años, pero también a chicos de hasta 28 años. Así que quizá Nicolas y Stefan fueran jóvenes de 20 años que lo que hicieron fue reunir a su alrededor gente de su edad y más jóvenes, una especie de movimiento juvenil.

Puede que haya una razón por la que se haya representado tanto a Nicolas como a Stefan con la edad de doce años. Los cronistas a veces hacían extrañas referencias al número 12; pensaban que ninguno de los participantes tenía más de 12 años. Los hechos tuvieron lugar en el año 1212 y Jesús se escapó de sus padres cuando tenía 12 años. Claramente, algunos cronistas estaban tomando como referencia ese pasaje de la vida de Jesús. Como Jesús era pequeño y pobre cuando se escapó de casa, la asociación de pureza y pobreza es clara. Así, algunos historiadores modernos creen que los cruzados no fueron sino un grupo de personas pobres, sin tierra, que fueron inspirados por la idea de ir a Tierra Santa y liberar Jerusalén. Los cronistas contemporáneos, asociando pobreza con pureza y tomando al niño como símbolo de esta última, acabaron refiriéndose a aquéllos como “niños”.

Puede que la Cruzada de los Niños no liberara Jerusalén, pero quizá cambió las reglas de las Cruzadas para siempre. Es posible que Inocencio III se diera cuenta de que el espíritu de las Cruzadas aún estaba vivo en Europa y por eso relajó las condiciones para participar en ellas. Los pobres, los campesinos, lucharon contra lo establecido y se hicieron escuchar haciendo algo que la nobleza no había conseguido, cuestionando su papel en la sociedad del momento.

Aquel movimiento impulsó grandes cambios: los cruzados ya no tendrían que ir a la guerra para conseguir la redención: los pobres, los incapacitados, podían obtener un beneficio espiritual equivalente si aportaban a las arcas de las cruzadas el dinero que hubieran gastado de haber ido. Quizá fue un intento para satisfacer los sentimientos que se habían puesto de manifiesto el año anterior. Esto fue para la Iglesia una manera de recaudar fondos, claro, convirtiendo el voto de las cruzadas en una forma de financiarse y pagar a los ejércitos. Fue la primera vez que se efectuó un llamamiento general a toda la sociedad para contribuir espiritual, económica y financieramente al éxito de la guerra santa.

Es significativo que esa nueva política de recaudación apareciera justo un año después de la Cruzada de los Niños. Así se pudo financiar una Quinta Cruzada en 1213. Tres años más tarde, en 1216, el papa muere. Curiosamente, en los documentos papales no se recoge nada referente a la Cruzada de los Niños. Pero aunque no hubiera un reconocimiento oficial, la historia ha llegado hasta nuestros días. Es destacable que el relato haya sobrevivido tanto tiempo habiendo siendo un fracaso tan grande y habiendo durado tan poco. Se puede explicar por el dramatismo de la idea de unos niños puros llevando a cabo tales actos, muriendo por una idea noble. No porque realmente hubiera muchos niños en la Cruzada, sino porque la gente pensaba que los había. No puede extrañar que se formara una leyenda de inocentes con una misión en la que los ricos habían fracasado.

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