jueves, 30 de abril de 2009

Los peligros del Sol


Cualquiera que haya finalizado la educación básica sabe que el Sol es una estrella, uno de los primeros conocimientos que el niño obtiene sobre la naturaleza, sobre todo porque nuestro Sol no se parece mucho a las otras estrellas, al menos a simple vista. Esto es así debido a su proximidad a la Tierra: está mucho más cerca que los otros astros, lo que la hace parecer como un globo brillante de gas –cosa que es- en vez de una diminuta lucecita parpadeante en la negrura de la noche. Y cuando decimos cerca, hablamos en términos cósmicos: 150 millones de kilómetros.

El Sol es también enorme. Si se tratara de una esfera hueca, cabrían en su interior más de un millón de Tierras. Y si nos propusiéramos –y fuera posible- viajar en coche hasta el Sol, tardaríamos unos 176 años a una velocidad de 100 km/h. Todo un viajecito. Por suerte para la vida en la Tierra, es el Sol el que viene hacia nosotros, cubriendo la distancia que nos separa en unos ocho minutos. Su luz, su calor y su energía son esenciales para nuestra existencia y la de nuestros primos los animales y las plantas. Sin el Sol, la Tierra no sería sino una esfera oscura y muerta vagando por el espacio.

El Sol ha estado compartiendo su luz y energía con la Tierra durante los últimos 4.500 millones de años, aunque los seres humanos sólo la hemos disfrutado durante una fracción muy pequeña de todo ese tiempo. Y aunque obtenemos de él la vida, nuestra estrella también puede ser peligrosa. Después de todo, el centro del Sol arde a una temperatura de 5.5 millones de grados y eso es un montón de calor. Mirar directamente al sol, incluso aunque sea sólo por unos pocos minutos, puede causar ceguera permanente. Y no sólo eso. El sol puede matar.

Una de las maneras en que el sol puede matarnos es mediante un golpe de calor. Cuando la temperatura corporal varía ligeramente de los límites considerados normales, nuestros mecanismos de calentamiento o enfriamiento restauran con rapidez la temperatura apropiada. La piel consigue esta regulación principalmente por el control de la cantidad de calor perdido. Al hacerlo así, funciona coordinadamente con regiones especializadas del hipotálamo, que contienen células sensibles al calor y al frío que responden a los cambios de temperatura, aumentando el número de impulsos nerviosos que transmiten. Al recibir esas órdenes, la piel se apresura a realizar los ajustes apropiados.

Estos ajustes pasan, en el caso del calor, por la estimulación de la pérdida calorifica: los vasos sanguíneos de la piel se dilatan para permitir que llegue más sangre a la superficie, disipando más calor corporal. El sistema exocrino reacciona al estímulo del hipotálamo y humedece la piel. El sudor, compuesto casi por completo de agua, fluye a través de los millones de poros que hay en la piel, formando gotas visibles que pronto se convierten en regueros.


Normalmente, el sistema de refrigeración funciona bien incluso cuando hace mucho calor. Pero si la intensa sudoración se prolonga por mucho tiempo, puede resultar nociva. Cuando el sudor no se evapora a la misma velocidad que se forma –por ejemplo, en ambientes muy húmedos-, pierde su efecto refrescante; además, sustrae sales de la provisión que necesita el organismo. Podemos perder de 11 a 15 litros de líquido al día en forma de sudor, pero esto produce mucha sed. Si bebemos agua en grandes cantidades para compensar, diluimos aún más las soluciones salinas que forman el medio interno de nuestro cuerpo.

Cuando el organismo no es capaz de compensar las circunstancias ambientales, empieza a sobrecalentarse. Comienzan entonces los calambres, el golpe de calor y la insolación. El tratamiento es siempre el mismo: enfriarse. La sombra, el aire acondicionado y mucha agua pueden detener el proceso de sobrecalentamiento en la fase de calambres y golpe de calor. Los síntomas son: enrojecimiento y sequedad de la piel, pulso rápido y fuerte, dolor de cabeza, mareo, hiperventilación, desorientación, náuseas, alucinaciones y pérdida de conocimiento.

Si el cuerpo no se enfría, se puede morir de una insolación. En muchas ocasiones lo que sigue es el shock y el ulterior daño a órganos vitales. Incluso aunque no se llegue al estado de shock, los órganos pueden inflamarse (especialmente el cerebro) dando lugar a lesiones y la muerte. Los grupos de riesgo en el caso de los golpes de calor son los niños pequeños y los ancianos, cuyos sistemas de control térmico interno no funcionan tan ajustadamente como los de un adulto.

Y la otra forma preferida por el Sol para acabar con nosotros es el cáncer. Entre las muchas radiaciones emitidas por el astro se cuentan los rayos ultravioleta, que tienen una longitud de onda menor que la luz visible y por eso el ojo no los percibe. Los rayos ultravioleta nos ayudan, por ejemplo, a formar vitamina D. Pero si se absorben en exceso, hacen que la piel envejezca prematuramente, causando quemaduras e incluso aumentando el riesgo de un cáncer de piel.



Aunque se considera que la piel morena es algo deseable estéticamente, en realidad es un síntoma de la muerte de la piel a causa de los rayos ultravioletas. De hecho, la mayor parte de los cambios que experimenta nuestra piel se deben a la exposición a esa radiación, incluyendo las pecas, lunares y arrugas. Nuestra piel contiene una proteína llamada elastina, responsable de mantener el órgano flexible y firme al mismo tiempo. Con el paso de los años y la exposición a rayos ultravioleta, éstos terminan por dañar a estas proteínas, lo que puede desembocar en lesiones precancerosas o tumorales.

Como todos los cánceres, el de piel es el resultado de un crecimiento anormal de las células, en este caso las células de la piel. Es el más extendido de todos los cánceres (por nuestra costumbre de tomar el sol en exceso) y existen tres tipos diferentes: El basilioma o carcinoma de células basales, el carcinoma epirdemoide y el melanoma.

Las dos primeras modalidades son las más comunes y las menos serias, comprendiendo el 95% de todos los casos. Por el contrario, el melanoma es muy grave, siendo responsable del 75% de las muertes por cáncer de piel. Según los médicos, la exposición a los rayos ultravioleta es la primera causa de desarrollo del cáncer. Las buenas noticias es que eso lo hace fácilmente evitable (¡ojo! los rayos ultravioletas de las camas bronceadoras son igualmente nocivos).

Conviene no tomar el sol de las 10 a las 15 horas o, si no se puede evitar, tomar precauciones adicionales, como una protección solar de, como mínimo, factor 15. En el caso de los niños, el cuidado ha de ser mayor puesto que es en la infancia cuando recibimos el 80% de todo el sol que tomaremos a lo largo de nuestra vida

Por último, destaco una extraña afección genética que puede matarte muy fácilmente. Se llama xerodermia pigmentosa (XP) y sólo afecta a una persona de cada millón. El enfermo padece una hipersensibilidad a la luz solar hasta el punto de no poder salir al exterior durante las horas de luz. Es una afección cruel que normalmente afecta sólo a los niños por la sencilla y triste razón de que éstos acaban muriendo cuando llegan a edad adulta, habitualmente por un cáncer de piel. Se trata de un desorden genético de nacimiento y afortunadamente es muy raro porque el niño ha de heredar el gen culpable de ambos progenitores.

El agente asesino en este caso son, otra vez, los rayos ultravioletas, pero éstos no han de provenir necesariamente de la luz del sol. Cualquier exposición indirecta a los rayos solares o incluso a la luz ultravioleta de un fluorescente, puede producir graves daños. Si sufres de XP, tus probabilidades de sufrir cáncer de piel son 1.000 veces superiores a las de una persona sin la enfermedad. No queda más remedio que tomar precauciones extremas de por vida. Las ventanas de las casas han de estar tintadas con un filtro especial y los días han de transcurrir en el interior de casas y edificios. En su mayor parte, estas personas cambian sus hábitos y “viven” de noche. No existe cura y los síntomas que causa una mínima exposición al sol son la aparición de manchas y ampollas.

Existe una esperanza para todos esos niños que nunca pueden jugar al aire libre y disfrutar de la luz del sol. La NASA ha desarrollado una especie de traje similar a los de los astronautas, que cuentan con una barrera muy efectiva contra los rayos UV. El traje es muy caro (2.000 dólares) pero bloquea el 99.9% de la radiación y ha permitido a algunos niños jugar en el exterior por primera vez en sus vidas.

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