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miércoles, 27 de febrero de 2013

Plantas carnívoras y venenosas: la agresividad vegetal


 


Las plantas no han sido obsequiadas por la Naturaleza con alas, patas o aletas con las que escapar de los animales de una manera rápida, por lo que no tienen otro remedio que aguantar estoicamente las necesidades nutritivas de sus depredadores. A pesar de todo, las plantas cuentan con todo un repertorio de mecanismos que no sólo las ayudan a sobrevivir de forma pasiva, sino que, en ocasiones, las convierten en auténticas cazadoras. ¿Cómo se las arregla un organismo estático para atraer, matar, digerir y asimilar presas?
Durante su agotador vuelo crepuscular, una crisopa se toma un respiro sobre una de las muchas plantas que crecen alrededor del pantano. Este pequeño insecto de alas anacaradas y largas antenas intentará ponerse a salvo de sus posibles depredadores mientras repone fuerzas sobre su improvisado posadero, antes de continuar su viaje. Sin aves, reptiles u otros hambrientos moradores cerca en ese momento, la crisopa se siente segura sin saber que su mortal destino se halla justo bajo sus seis delicadas patas. Pero en este caso, su verdugo no es un animal, sino una Drosera rotundifolia, una planta carnívora de la familia de las droseráceas, que suelen vivir sobre los húmedos suelos de los pantanos.

Cada planta posee de 6 a 12 hojas modificadas formando una roseta, que contiene hasta 260 filamentos muy delgados, coronados por una pequeña glándula globular que segrega una sustancia pegajosa. Las gotitas formadas por la secreción, brillantes y de olor agradable, se muestran ante los ojos del insecto como las guindas de una irresistible tarta de cumpleaños.

Cuando un insecto se posa sobre una de las relucientes hojas de la drosera, ya no puede escapar. Sus patas, una tras otra, van adheriéndose a las gotitas pegajosas, mientras los filamentos vecinos, cada uno con su gotita, van combándose hacia el incauto. En poco tiempo, el pequeño cuerpo queda cubierto por una masa mucilaginosa incolora, sus tráqueas se obstruyen y el insecto muere. Pronto, las glándulas de la drosera comienzan a disparar una carga de enzimas para digerir el cuerpecillo del insecto y convertirlo en comida.

Por su parte, la dionea, tal vez la planta insectívora más conocida de todas, exhibe un sistema único para atraer, matar, digerir y asimilar a sus presas. Primero, atrae a la víctima con un néctar de olor dulzón que secreta a través de sus hojas con forma de gran trampa. Confiada, la presa se posa en la hoja en busca de una recompensa, pero en su lugar tropieza con los pelos sensitivos punzantes que activan la trampa y se encuentra atrapada en el interior de los dientes entrelazados que bordean la hoja. La superficie de cada hoja tiene entre tres y seis pelos sensitivos. Cuando algo toca el mismo pelo dos veces o toca dos pelos en un intervalo de 20 segundos, las células del haz de la hoja se dilatan con rapidez y la trampa se cierra al instante. Si las secreciones del insecto estimulan la trampa, esta sigue estrechándose sobre la presa y forma un precinto hermético. Si sólo se tratara de un curioso o de una ramita seca caída, la trampa vuelve a abrirse al cabo de un día más o menos.

Una vez que la trampa se cierra, las glándulas digestivas alineadas en el borde interior de la hoja secretan fluidos que disuelven las partes blandas de la presa, matan las bacterias y hongos y descomponen el insecto con enzimas para extraer los nutrientes esenciales. Estos nutrientes se absorben a través de la hoja y, de cinco a diez días después de la captura, la trampa vuelve a abrirse para expulsar el exoesqueleto sobrante. Tras tres o cinco ingestiones, la trampa deja de capturar víctimas y dedica dos o tres meses a la mera fotosíntesis antes de desprenderse de la planta.

Un principio elemental en ecología nos dice que las plantas, organismos autótrofos, fabrican su
propio alimento a partir de la energía luminosa del Sol y de la materia inorgánica –el agua y otros elementos del suelo-, mientras que los organismos heterótrofos –aquellos que, como nosotros, no pueden sintetizar directamente su propia materia orgánica- han de buscar su alimento, directa o indirectamente, a través de las plantas.

Pero, como en el caso de las plantas carnívoras, esto no siempre es así y, en ocasiones, este principio natural queda, de alguna manera, invertido. Aunque conservan su capacidad fotosintética y siguen siendo capaces de obtener los minerales que necesitan del suelo, estas plantas basan buena parte de su alimentación en la ingesta de animales. ¿Por qué?

Prácticamente sin excepción, todas las plantas insectívoras crecen sobre suelos muy pobres en los que el aporte de minerales es escaso. Todas las plantas compiten por el nitrógeno disponible de la mejor forma que saben hacerlo. Muchas especies de la familia de las leguminosas, por ejemplo, se asocian con bacterias fijadoras de nitrógeno; algunas se alían con hongos y se aprovechan de la facilidad de estos organismos para descomponer moléculas orgánicas complejas; otras, como las droseras, lo hacen capturando y devorando animales.

Los mecanismos que utilizan las plantas carnívoras para procurarse una buena comilona son siempre
ingeniosos y, a veces, como en el caso de las lentibularias, espectaculares. Estas plantas flotantes crecen en aguas turbosas pobres en nutrientes. Carecen de raíces y sus tallos, sumergidos en el agua, poseen hojas delgadas y finas como plumas y pequeñas vejigas huecas. En el extremo de estos diminutos sacos subacuáticos, hay una pequeña entrada rodeada de pelos sensibles que sólo puede abrirse hacia dentro, actuando a modo de trampa. Cuando alguna despistada pulga de agua o cualquier otro nadador de pequeño tamaño entra en contacto con la fina hilera de pelos, la trampa se abre y el animal es absorbido sin remedio.

Este sorprendente y rápido suceso es posible gracias a unas glándulas que se hallan en el interior de las vejigas y que bombean agua hacia fuera, de modo que provocan, al abrirse la trampa, la entrada de una pequeña tromba de agua en cuyo interior el insecto se debate inútilmente. El animal muere pronto en el interior, mientras sus jugos son absorbidos por la planta, la cual estará lista para un nuevo bocado tan pronto como haya acabado de digerir el anterior.

La mayoría de los animales evita ser comido mediante el vuelo, la carrera, el salto o cualquier otro movimiento. Las plantas, en cambio, han de resolver sus problemas de supervivencia mediante mecanismos más estáticos, aunque no por ello menos efectivos. Puesto que no pueden desplazarse, la única forma que tienen las plantas de evitar ser comidas –al menos por los insectos- es no dejarse encontrar fácilmente. Las plantas anuales, por ejemplo, tan sólo persisten en un lugar determinado durante uno o dos años, de manera que la probabilidad de ser encontradas por los insectos especialistas es menor y, en consecuencia, no están tan defendidas. Además, suelen crecer entre otras especies distintas de plantas.

Esto explica por qué las plantas cultivadas modernas son tan vulnerables a las plagas de insectos. Casi todas las plantas cultivadas son anuales y, por tanto, con pocos sistemas de defensa. En estado salvaje, sus antepasados eran difíciles de encontrar, pero hoy, que forman campos inmensos, sin otro tipo de plantas alrededor, los insectos las encuentran con facilidad y las plantas se hallan totalmente indefensas.

Toda planta intenta con mayor o menor éxito no ser devorada. Su defensa puede ser obvia, mediante agudas espinas o pelos urticantes, o puede ser más sutil; muchas plantas fabrican sustancias tóxicas que incorporan a sus hojas, sus tallos o a sus sugestivos frutos.

Entre las defensas físicas, el caso de ciertas gramíneas es especialmente curioso, pues extraen sílice del suelo para formar pequeños cristales en sus células que pueden cortar los labios de los animales apacentadores.

Tal vez los mecanismos de defensa de tipo físico más conspicuos sean las espinas. Éstas pueden presentarse tanto en las hojas o en los tallos como alrededor de las flores y los frutos. La hoja de un acebo, con sus márgenes gruesos y provistos de espinas, puede producir una herida dolorosa. Como en otros árboles dotados de espinas, éstas suelen aparecer en las zonas más bajas de la planta, es decir, en las más expuestas al asalto de los herbívoros ramoneadores. Una vez que el árbol sitúa las hojas a suficiente altura, éstas se vuelven ovaladas y dejan de ser agresivas.

Los desiertos no son lugares que destaquen precisamente por una flora exuberante, Esta escasez hace
que las plantas existentes queden bien visibles ante los ojos de insectos y herbívoros, por lo que han de desarrollar alguna forma de defensa lo suficientemente convincente para todo aquel que intente llevarla a su estómago.

Los cactus son plantas bien conocidas por sus espinas, las cuales no son sino hojas modificadas ancladas sobre un tallo sorprendentemente grueso.

Estas hojas espinosas cumplen una doble función: por un lado, intentan –y, de hecho, consiguen- desalentar a los animales ramoneadores que buscan alimento; por otro, evitan la pérdida de agua al reducir, de manera extraordinaria, su superficie. Estas extrañas hojas no realizan la fotosíntesis, proceso encargado al carnoso tallo. Algunos llegan a alcanzar alturas de hasta 15 metros y un peso de 10 toneladas, de las que las cuatro quintas partes son agua.

Las armas químicas han sido empleadas por animales y plantas casi desde el mismo comienzo de su evolución. Existen evidencias de que al comienzo de la era Mesozoica, hace unos 225 millones de años, las plantas con flores producían distintos tipos de sustancias químicas defensivas. Una de las más efectivas es el curare, un alcaloide vegetal neurotóxico que bloquea la acción de la acetilcolina –un transmisor del impulso nervioso entre los nervios motores y los músculos esqueléticos-. El curare es empleado por los indios de Sudamérica para impregnar las puntas de sus flechas. Cuando un cazador consigue hacer blanco sobre cualquier zona del cuerpo de un animal, el veneno lo paraliza en muy poco tiempo.

Los venenos más virulentos y mejor conocidos son los alcaloides, como la coniína del tejo que mató a Sócrates. Las comestibles patatas producen un alcaloide, la solanina, que altera el funcionamiento normal del impulso nervioso y que se encuentra casi en exclusividad en los tallos y en los frutos. En la mayoría de las variedades, el tubérculo –la parte comestible- no contiene solanina y las que contienen más de 0.20 gramos por kilo son desechadas.

Las patatas son especialmente resistentes a los insectos y a las enfermedades gracias a estos alcaloides. En ocasiones, se ha intentado incrementar sus niveles en ciertas variedades cultivadas, pero fueron rápidamente retiradas del mercado, ya que su gran toxicidad podría haber sido letal para los seres humanos.

Una de las defensas químicas más ingeniosas consiste en la capacidad para producir cianuro que poseen determinadas especies de plantas. El cianuro es un veneno muy potente que actúa en todos los organismos que respiran aire, siendo tan venenoso para los animales como para las propias plantas.

¿Cómo puede una planta, por tanto, producir un veneno capaz de acabar con su propia vida sin que
ello le afecte? La planta no puede contener cianuro, pero sí elaborar dos componentes –los cuales mantiene aislados en distintos compartimientos de sus células- que producen cianuro cuando se mezclan. Cuando un apacentador arranca una hoja de trébol blanco para ingerirla, rompe los compartimientos celulares poniendo en marcha el proceso de fabricación del veneno.

Desgraciadamente para el trébol, una helada repentina puede congelar el agua de sus células que, al dilatarse, se rompen, lo que conduce inevitablemente a la autotoxicidad. Por tanto, es previsible que la capacidad productora de cianuro se vea disminuida a medida que las zonas donde viven las plantas que lo producen van extendiéndose hacia el norte.

El digital es una planta que puede alcanzar los 150 centímetros de altura y que produce unas hermosas flores acampanadas de un llamativo color púrpura. Contiene un glucóxido cardíaco muy poderoso, la digitoxina, que actúa como estimulante muscular y que se usa para tratar las enfermedades cardíacas. Sin embargo, en dosis grandes es muy venenosa.

El acónito es otra planta extremadamente tóxica. Se cuenta que existen casos de personas que han perdido la vida sólo por comer pajarillos ensartados en los tallos de acónito para ser cocinados al fuego.

Muchas plantas poseen, sobre sus hojas o sus tallos, una serie de pelos que realizan dos funciones prácticamente opuestas. En algunas especies, estas finas estructuras ayudan a enfriar la superficie reflejando la luz solar, mientras que en otras hacen que se caliente al reducir la cantidad de agua evaporada. Todo depende del tipo y de la densidad de estos pelos.

La mayoría de las plantas leñosas presenta pelos sólo sobre las partes más jóvenes, despojándose de ellos a medida que la planta madura. Es muy probable que los pelos actúen como defensa en la época más vulnerable de la vida del vástago, antes de que sus tejidos se tornen leñosos. Por esta razón, algunos insectos –como los pulgones- forman grandes grupos sobre los ápices de los rosales, pues sólo allí sus estiletes pueden penetrar hasta el sistema de transporte de la planta del que se alimentan.

Algunos pelos adquieren formaciones tan densas sobre las hojas que se pegan en el revestimiento bucal de los herbívoros con las consiguientes molestas irritaciones.

Sin embargo, la defensa más efectiva es llevada a cabo por pelos glandulares, capaces de exudar
sustancias pegajosas o irritantes. El pelo urticante de las ortigas está articulado y presenta un ápice curvo que contiene ácido fórmico, el mismo veneno que poseen los aguijones de las hormigas. Cuando se presiona un pelo urticante de ortiga, la punta produce una minúscula herida antes de desgastarse, mientras el extremo restante inyecta el ácido fórmico dentro de la herida.

 

Los pelos glandulares y los pelos urticantes constituyen una frontera entre las defensas de tipo físico y las de tipo químico o, tal vez, una sabia mezcla de ambas.

Mención aparte pero ineludible la constituyen las setas, aunque, según el sistema científico de clasificación, pertenecen a un reino propio distinto del de las plantas –el reino Fungi u hongos-. Comparten con ellas, sin embargo, la necesidad de protección frente un modo de vida estático. Durante la Edad Media, las setas fueron consideradas como exhalaciones de la tierra húmeda que aparecían súbitamente sobre los suelos de los bosques o de los prados. Tanto su exquisito sabor como sus formas o colores han atraído al ser humano desde tiempos inmemoriales. Pero, de un buen número de especies, un suculento aspecto ha sido, en ocasiones, lo último que han podido ver aquellos que no supieron distinguirlas. Ya en la antigua Roma, cada cual solía buscar y cocinarse sus propios hongos, pues el asesinato mediante setas venenosas era algo frecuente.

La mayoría de los envenenamientos de consecuencias mortales se debe a la ingestión de Amanita phalloides o de Amanita virosa, ambas portadoras del mismo tipo de veneno y en igual concentración. La muerte, en caso de haber ingerido la cantidad suficiente –alrededor de los 50 gramos-, no se produce de forma inmediata, sino en un plazo de entre 4 y 7 días y casi siempre debido a un fallo hepático.

La Amanita muscaria es una de las setas más bellas y atractivas gracias a su sombrero de color rojo
salpicado de blanco. En el pasado, su jugo era utilizado para matar moscas y, en el presente, como estupefaciente en algunos países, ya que su ingesta no es necesariamente mortal si la dosis no es excesiva. En el organismo de cualquier animal, el ácido iboteno –el principio activo de su toxicidad- de la Amanita muscaria se transforma en muscimol, una sustancia que ataca principalmente al sistema nervioso y ocasiona delirios y alucinaciones.

Pero la toxicidad de las setas no afecta por igual a todas las especies animales. Algunas son inmunes a setas que son mortales para otras. Las babosas, por ejemplo, evitan especies micológicas que los seres humanos aprecian por su valor culinario mientras incluyen en su dieta Amanitas que para nosotros son mortales.

A pesar de todo, ningún organismo está a salvo de ser comido por muy sofisticados e infalibles que parezcan sus mecanismos de defensa. Muchas especies han sabido sacar partido de las armas de los demás, utilizándolas para sus propios fines. La Tyria jacobaea es una mariposa de atractivos colores que suele merodear sobre suelos arenosos principalmente durante la noche. Cuando no es más que una oruga, se alimenta preferentemente de las cabezuelas florales de la hierba de Santiago (Senecio jacobaea), acumulando, en su peludo cuerpo cilíndrico potentes alcaloides a los que dará uso cuando se convierta en mariposa adulta. Resultará entonces un plato de mal gusto para cualquier cazador incauto.
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lunes, 25 de febrero de 2013

Los polos geográficos y magnéticos


La brújula es un invento en uso desde el siglo XIII, imprescindible para la orientación de marineros, viajeros y excursionistas.

El misterio de que indique siempre la posición y la orientación del lugar correctas se debe a que el núcleo de la Tierra se comporta como un gigantesco imán, que por lo tanto tiene cargas eléctricas de signo opuesto en cada extremo. Por eso, las moléculas de un fragmento de roca o de un instrumento que contenga metales cargados eléctricamente se comportarán según el principio de que los polos opuestos se atraen y los del mismo signo se repelen.

La Tierra tiene dos polos magnéticos diferentes en extremos opuestos, que no coinciden con los geográficos. Hay que tener claro que estos últimos (Norte y Sur) son los extremos del eje imaginario sobre el cual gira la Tierra; los polos magnéticos no tienen nada que ver con el giro del planeta, sino con la distribución interna de la intensidad de campo magnético.

Además, los polos geográficos son fijos y parece ser que lo han sido siempre, ya que es difícil imaginar que la Tierra gire en otro sentido y cambie la situación de su eje de rotación. Los polos magnéticos, en cambio, varían continuamente, incluso cada día; eso sí, la variación es tan escasa que únicamente se puede detectar con instrumentos especiales.

Para buscar estos cuatro puntos hay que consultar en un mapa. Se sabe que el campo magnético terrestre se desplaza hacia el oeste entre 19 y 24 km por año. Actualmente, el polo norte magnético se encuentra cerca de la Isla de Bathurst, en los Territorios del Noroeste (Canadá), 1.600 km al suroeste del polo norte geográfico. El sur magnético se halla unos 2.600 km al noreste del geográfico, en el territorio antártico de Tierra Adelia.

Por el estudio de los átomos de metales existentes en rocas antiguas, se sabe que muchas veces las polaridades se han invertido de forma incluso brusca. Este fenómeno se ha producido por lo menos 170 veces en los últimos cien millones de años.

Como se ha podido constatar, los polos geográficos y magnéticos se encuentran a una cierta distancia entre sí. Cuando la brújula nos señala el norte, lo que indica es el polo magnético, no el geográfico –la aguja está imantada con polaridad opuesta a la real del norte (cargas de diferente signo se atraen). Esta desviación no tiene importancia en el Ecuador, ya que ambos puntos quedan igual de lejos. En la Península Ibérica la variación tampoco es destacable, pero si se busca el Polo Norte la cuestión empieza a ser determinante por encima de las Islas Británicas. Cuanto más cerca de los extremos terrestres, más clara ha de ser la localización de los polos.

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jueves, 21 de febrero de 2013

¿A qué distancia del Sol podríamos acercarnos?




De todos los cuerpos que componen nuestro sistema solar, el Sol es el que preferimos evitar por encima de todo. Transmite radiaciones, y aunque su superficie es la parte más fría de la estrella, arde a una temperatura de 5.504 ºC, lo suficientemente caliente como para incinerar cualquier tipo de material. Así que de momento no hay planes para enviar una misión tripulada (Marte parece bastante más interesante).

Pero no está de más imaginar a qué distancia podríamos acercarnos. Y es sorprendentemente corta. El Sol se halla a una distancia de 150 millones de kilómetros de la Tierra, y podríamos recorrer un 95% del trayecto antes de quemarnos.

Dicho esto, un astronauta tan cerca del Sol estaría en una posición muy, muy comprometida. La tecnología de nuestros trajes espaciales no ha sido diseñada para soportar los rigores del espacio profundo. El traje espacial estándar mantendría al astronauta relativamente cómodo a temperaturas externas de 120º C. Por encima de este punto, el traje se convertiría en una ceñida sauna cuya temperatura interior superaría los 52ºC; el astronauta se deshidrataría y moriría de un golpe de calor.

En una lanzadera espacial sería posible acercarse. El escudo antitérmico reforzado de carbono-carbono ha sido diseñado para soportar temperaturas de hasta 2.593ºC y asegurar así que la nave y sus tripulantes sobrevivan al calor de fricción generado por la reentrada en la atmósfera. Si el escudo recubriera la totalidad de la lanzadera los astronautas podrían acercarse a una distancia de 2.12 millones de km del Sol (aproximadamente un 98% del recorrido). Pero el escudo se degradaría rápidamente por encima de los 2.600ºC y la cabina empezaría a hervir. A mayor temperatura, los escudos fallarían y el vehículo entraría en combustión en menos de un minuto.

Por supuesto, acercarse tanto al Sol sería toda una hazaña. Ahora bien, la exposición constante a la radiación cósmica durante el viaje sería fatal para los astronautas antes incluso de llegar a la mitad de trayecto.

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martes, 19 de febrero de 2013

Los primeros portaaviones






Si entre los medios más ligeros que el aire también consideramos los globos aerostáticos, el mérito de haberlos utilizado por vez primera a bordo de un buque de guerra corresponde a Austria: en 1848-1849, durante el asedio de Venecia, el vapor Vulcano lanzó sobre la ciudad un globo de aire caliente que transportaba cargas explosivas.

En 1861, se elevó del pequeño vapor Fanny, del Ejército de la Unión, el primer globo guiado por el hombre. Durante la guerra civil norteamericana se emplearon cuatro buques más para el lanzamiento de globos (uno de los cuales era de la Confederación), pero exclusivamente para operaciones terrestres.

Pronto decayó el interés por los globos aerostáticos, hasta que la Marina imperial rusa empezó a utilizarlos en la guerra contra el Japón (1904-1905). En el mar del Japón, un crucero ruso los empleó para observar los buques enemigos, y éste fue el primer uso de un medio aéreo en una operación en mar abierto. Los rusos también convirtieron el buque de pasaje Russ en un “buque para la aviación”, destinándolo al Pacífico, pero, en pésimas condiciones de utilización, no logró ir más allá de España y volvió al Báltico para reparar. La Real Marina de Italia llevó a cabo pruebas con globos hasta 1907, y cuatro años más tarde, durante la guerra para conquistar la Tripolitania ocupada por los turcos, hizo despegar un aeróstato. Su misión consistía en controlar el tiro de los buques que bombardeaban las posiciones terrestres. Luego empleó dos buques de guerra para transportar hidroaviones y utilizó, como barco de apoyo de este tipo de aviones en condiciones aeronavales de combate, al ariete torpedero Elba.

El entusiasmo por la aviación, suscitado por los vuelos de los pioneros hermanos Wright en 1903, no fue compartido por la Marina militar de los estados Unidos. Este país dedicaba cantidades minúsculas de dinero y atención a la aviación militar en los años de la preguerra. Aislados por el ancho Atlántico de los problemas políticos que sacudían al continente europeo, los americanos no sintieron necesidad urgente de construir una fuerza aérea; en 1913, el gobierno de los Estados Unidos gastaba en aviación militar menos que Bulgaria.

Sin embargo, había algún dinero para experimentar y los servicios militares lo aprovechaban totalmente. En 1911, el ejército de los Estados Unidos llevó a cabo las primeras pruebas del mundo con bombas desde un biplano estándar Wright. El mismo año, el teniente Riley Scott fabricó el primer visor de bombardeo. Y fue la marina de los Estados Unidos –con la ayuda de Glenn Curtiss- la que impulsó la aviación naval el invierno de 1910-1911 con los primeros despegues y aterrizajes en un barco.

El 14 de noviembre de 1910, en Hampton Roads, Virginia, el piloto de exhibición de Curtiss, Eugene
Ely, despegó ruidosamente desde una plataforma de madera de 25 metros en la cubierta del crucero U.S.S. Birmingham. Cayendo casi sin velocidad desde la proa del barco sobre la cresta de las olas, tan cerca que el timón y las puntas de la hélice al rozar las olas le salpicaron empapándola completamente, Ely voló a través de una espesa niebla aterrizando sin novedad en la costa, a cuatro kilómetros. Dos meses después, el 18 de enero de 1911, realizó el primer vuelo en dirección opuesta, saliendo de los campos Presidio que dan vista a la bahía de San Francisco para aterrizar en una plataforma de 9x38 metros de la cubierta del crucero U.S.S. Pennsylvania. Fue el primer apontaje de un avión. Después de comer a bordo con el capitán, Eugene Ely voló de nuevo a San Francisco.

Sus primeros vuelos, aunque modestos, presagiaban una era en la que grandes portaaviones recorrerían los océanos del mundo, lanzando aviones de combate contra objetivos en tierra y mar. Pero pocos previeron entonces el portaaviones moderno. Glenn Curtiss en verdad creyó que el futuro de la aviación naval estaba en aviones que pudieran despegar y aterrizar en el agua y subirlos por medio de una grúa a bordo del barco para almacenamiento. La mayoría de los altos oficiales de la marina eran de la misma opinión y Curtiss, con la vista siempre puesta en el negocio, intentaba comprometerlos.

Ocho días después de aterrizar Ely en el Pennsylvania en 1911, Curtiss presentó el primer hidroavión práctico del mundo. El diseño de sus flotadores lo obtuvo de un hidroavión de forma “canard” que probó el inventor francés Henri Fabre el año anterior en un puerto del Mediterráneo cerca de Marsella. Con un fuselaje esquelético, colgando de unas alas dobles y con unos flotadores debajo, el avión de Fabre se parecía al trozo de una empalizada voladora. Con poca potencia, nunca voló más de seis kilómetros.

Pero el robusto aparato de Curtiss, un biplano con un flotador único en lugar del tren de aterrizaje
“parecía saltar en el aire como una gaviota asustada” como Curtiss informó con júbilo después de su primer vuelo. Casi inmediatamente, al hidroavión le siguió un anfibio, el Triad, con el que se podía operar en tierra con ruedas o en el agua con flotadores. El innovador aparato de Curtiss despertó el interés de las marinas de todo el mundo; en 1913 los hidroaviones y anfibios de Curtiss volaban en las flotas rusa, alemana, japonesa y también en la de los Estados Unidos.

En 1912, la Armada francesa terminó las modificaciones efectuadas al viejo crucero torpedero Foudre, dotándolo de un hangar para hidroaviones. Dos años más tarde, se intentó hace despegar aviones de la plataforma de popa, pero las pruebas se suspendieron a causa de un grave accidente.

La mayor marina del mundo, la Royal Navy, no podía quedar atrás en la experimentación. Así pues, en 1912 autorizó a cuatro de sus oficiales para que empezaran la formación de vuelo. En enero de 1912, el teniente de navío de la Royal Navy Charles Samson efectuó el primer despegue de la plataforma montada en el castillo de proa del acorazado Africa. Siguieron otros experimentos con los buques de combate Hibernia y London, y el mismo año se instituyó la Naval Wing of the Royal Flying Corps, es decir, el cuerpo de vuelo de la Marina.

A comienzos de 1913 empezaron los trabajos de transformación del pequeño crucero Hermes en
portahidroaviones. Tomó parte en las maniobras anuales de la flota celebrada en julio del mismo año. En el castillo de proa se emplearon caritos de ruedas para hacer descender los hidroaviones de la plataforma allí instalada. El Hermes constituyó una excelente experiencia para construir una unidad aeronaval, el Ark Royal. El buque, ya previsto en el presupuesto de la Marina de 1914-1915, era un casco de mercante, totalmente rediseñado, de 7.500 t. Se terminó a finales de 1914, y fue dotado de talleres y grúas de vapor para alojar y sacar los hidroaviones del hangar.

Debido a que el Ark Royal no estaba disponible al estallar la primera guerra mundial, el Almirantazgo requisó tres rápidos vapores de pasaje que hacían el trayecto del canal de la Mancha para convertirlos en portahidroaviones. Equipados con plataformas para aviones y grúas accionadas a mano, hubieran tenido que servir para reconocimiento, pero se emplearon en el intento de desmantelar las bases alemanas de dirigibles Zeppelin. Aun cuando tales incursiones no tuvieron éxito, se procedió a la transformación de otros cuatro vapores: el Campania, antiguo buque de pasaje de la Cunard, fue asignado a la flota de combate, y el Engadine, que antes efectuaba el servicio de transporte en el Canal de la Mancha, tomó parte en la batalla de Jutlandia (su hidroavión divisó la flota alemana, pero no consiguió enviar el informe del descubrimiento al buque insignia).

En realidad, el punto débil de los primeros portahidroaviones se debía a las modestas prestaciones de
los aviones, lentos e incapaces de alcanzar las alturas requeridas para interceptar los Zeppelin. Las sucesivas transformaciones persiguieron la obtención de buques portaaviones mixtos, es decir, capaces de llevar algunos aviones de caza Sopwith Pup e hidroaviones Short 184. En marzo de 1917, el comité encargado de los asuntos aeronavales de la Grand Fleet británica, decidió que el nuevo crucero de batalla Furious fuese convertido en un portaaviones rápido. En julio de aquel año, la unidad se dotó de un hangar y una plataforma de vuelo, en sustitución de la torre de proa de 457 mm. Llevaba a bordo cinco aviones de caza y tres hidroaviones. En los meses sucesivos, uno de sus pilotos logró aterrizar con un Pup en la plataforma de proa, pero el experimento se manifestó tan peligroso que el buque hubo de someterse a otras modificaciones.

En noviembre, el hangar fue ampliado y se instaló una cubierta de vuelo en lugar de la torre de popa; de este modo, el Furious embarcaba 16 aviones, pero desafortunadamente seguía manteniendo la chimenea y la superestructura central, con lo que los torbellinos generados por los gases calientes de escape y las corrientes representaban un riesgo para las operaciones de apontaje. Tan sólo tres Pup lograron apontar con éxito, mientras que otros diez sufrieron daños graves o resultaron totalmente destruidos. Las pruebas de apontaje se abandonaron, pero algunos Sopwith, despegados del Furious, lograron destruir dos Zeppelin en la base de Tondern.

Aprovechando las experiencias adquiridas, el Almirantazgo convirtió el nuevo crucero ligero Vindictive siguiendo el modelo del Furious, y requisó dos cascos sin terminar. El Argus, procedente de un buque de pasaje italiano, se dotó de una cubierta que se extendía a todo lo largo del casco. Al firmarse el armisticio, en 1918, se estaba preparando cierto número de aviones torpederos Cuckoo para atacar la flota alemana en 1919. En el Argus también se experimentó la colocación de toda la superestructura en la llamada isla, en la banda de estribor de la cubierta de vuelo, pero dicha innovación no se adoptó hasta la transformación en portaaviones, unos años más tarde, del Eagle, un antiguo acorazado chileno.

En 1917, el Almirantazgo inició los trabajos de construcción de un buque portaaviones, el primero
diseñado desde la quilla; la unidad, llamada Hermes (el viejo Hermes había sido torpedeado en 1914), empezó a construirse en enero de 1918, pero después de su botadura en 1919, los trabajos sufrieron un retraso. De todos modos, el buque incorporaba las mejores características técnicas de la época: superestructura en una isla lateral a estribor, cubierta de vuelo a todo lo largo del casco y dos elevadores.

Por el contrario, la Marina estadounidense mostró poco interés en el desarrollo de los portaaviones hasta que intervino en la Primera Guerra Mundial. En julio de 1914, el acorazado Mississippi embarcó seis hidroaviones Curtiss para el combate con el Mexico en Veracruz. El capitán de navío Washington Chambers, jefe de la sección aérea del Departamento de Marina, prefirió instalar catapultas en los acorazados y en los cruceros acorazados; no obstante, una vez comprobado el éxito de la aviación de la Royal Navy en 1917, la Marina de los Estados Unidos consideró la posibilidad de construir buques portaaviones. Sin embargo, el procedimiento de empleo seguía siendo engorroso, descolgándose los hidroaviones mediante una grúa que también se utilizaba para recuperarlos tras cumplir su misión.

Sin embargo, la carrera la ganó Japón. A finales de 1913, la Marina Imperial había convertido el
vapor mercante Wakamiya Maru en buque portahidroaviones. Durante la guerra participó en el ataque a la colonia alemana de Tsingtao, en la China septentrional, y permaneció en servicio hasta 1925. Animados por los éxitos de esta unidad y los avances obtenidos por la Royal Navy, los japoneses ordenaron en marzo de 1918 un pequeño portaaviones llamado Hosho. A pesar de que se colocó su quilla a finales de 1919, fue terminado a finales de 1922, arrebatando así al Hermes el honor de haber sido el primer verdadero portaaviones del mundo.

Al final de la Primera Guerra Mundial ya se estudiaban con seriedad las posibilidades del avión en la guerra naval. Éstas quedaron claramente de manifiesto cuando en 1922 el norteamericano Billy Mitchell bombardeó y hundió el antiguo acorazado alemán Ostfriedland durante una demostración.

Cuando se firmó el tratado de Washington en 1922, la construcción de portaaviones salió muy beneficiada. El tratado establecía límites para la construcción de buques principales, acorazados y cruceros de batalla, pero el cupo concedido a los portaaviones era amplio. Como consecuencia, muchos de los buques de línea entonces en construcción fueron reconvertidos en portaaviones. Surgieron así naves de tamaño considerable como el Akagi japonés de 40.000 t. o los impresionantes Lexington y Saratoga norteamericanos de 45.000 t y con un grupo aéreo de setenta aparatos.

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sábado, 16 de febrero de 2013

¿Qué pasa si me introduzco en un acelerador de partículas?



Bueno, nunca es buena idea permanecer cerca de una máquina que (en teoría) puede generar un agujero negro, pero los imanes que dirigen el haz de protones a lo largo del acelerador de partículas más poderoso de toda la Tierra probablemente te protegerían del exceso de radiación. Aunque también existe la posibilidad de que unos 300.000 millones de protones pudieran escapar del mecanismo y matarte.

Aunque los dos haces opuestos del GCH (Gran Colisionador de Hadrones, cerca de Ginebra, Suiza), viajan con una protección aislante por conductos de 27.3 km de longitud y 5 cm de ancho que consiguen un vacío prácticamente perfecto, algunos de estos protones –miles de millones en potencia-, inevitablemente se escapan del trazado. Cuando esto ocurre, se estrellan contra los imanes que dirigen y focalizan el haz, o golpean otros componentes, como moléculas de gas o protones. Estas colisiones generan una nube de partículas radiactiva secundarias y llenan el túnel con un campo de radiación equivalente al de un escáner de tomografía de cuerpo entero. No se trata de una cantidad de radiación peligrosa si nos exponemos a ella durante unos minutos, pero si tu intención es pasar un día entero en el GCH, es muy probable que sufras daños celulares.

Pero, ¿y si los ingenieros pierden el control mientras yo estoy dentro?

Hay algo que deberíamos dejar claro. Las estrictas medidas de seguridad del GCH garantizan la imposibilidad de deambular por el túnel mientras los rayos están en movimiento. Pero supongamos que posees la habilidad de un desquiciado ninja y te las arreglas para penetrar en él. Mal asunto. Si los ingenieros pierden el control, estás frito. El haz tiene solo 1 mm de grosor, pero contiene 320.000 millones de protones moviéndose casi a la velocidad de la luz, lo cual les proporciona la misma aceleración que la de un tren de 360 toneladas a una velocidad de 154 km/h. Se estrellarían contra los imanes y desencadenarían una fatal cascada de partículas de alta energía y radiación.

Y esto solo en el caso de que te hallaras cerca de un haz en movimiento. Si realmente te interpusieras en su camino te haría un buen agujero. Un cuerpo humano no lo resistiría.

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martes, 12 de febrero de 2013

El origen del donut


El donut –marca comercial del conocido bollo de pasta frita en forma de rosquilla- surgió en los Países Bajos en el siglo XVI, con el nombre original de olykoek (“bollo de aceite”). Elaborado con una pasta a veces azucarada, el bollo se mantuvo más de 250 años con su forma original: sin agujero en el centro. Los Padres Peregrinos lo elaboraron en Norteamérica con un tamaño tan pequeño que fue llamado por los colonos doughnut –literalmente, “nuez (nut) de pasta (dough)”-.

El agujero central del bollo surgió entre los colonos de Pensilvania y como creación personal de un marinero del estado de Maine, Hanson Gregory. En ambos casos, se buscaba permitir una fritura más homogénea de la masa. Gregory es, pues, uno de los pocos inventores que han pasado a la historia por haber inventado nada: un agujero.

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lunes, 11 de febrero de 2013

El Arsenal de Hawthorne





Situado en la orilla sur del lago Walker, en la Gran Cuenca del oeste de Nevada, este gigantesco depósito de armas ocupa una extensión de más de 59.000 hectáreas salpicada por cerca de 2.500 iglús que almacenan las reservas de municiones del ejército (para ser usadas después de los 30 primeros días de conflicto bélico). Entre sus funciones también figuran las de renovar, retirar y destruir munición convencional.

La instalación empezó a funcionar en 1930 como arsenal de la Marina de Hawthorne. Se construyó en 1926 después de que el depósito que se encontraba en Lake Denmark (Nueva Jersey) explotara y causara numerosas muertes civiles. Este accidente también dañó el cercano arsenal de Picatinny. Posteriormente, un tribunal de investigación concluyó que el nuevo arsenal para abastecer la zona del Pacífico debía construirse en una zona remota, a 1.500 km de la costa oeste. De este modo, se eligió Hawthorne, en Mineral County, Nevada, y las obras empezaron en 1928. En 1977 pasó a manos del ejército y en 1994 dejó de usarse como fábrica de munición.

Hoy el arsenal da trabajo a una comunidad de 4.500 personas (la mayoría civiles) y está bien comunicado por ferrocarril. En su momento de mayor actividad, a finales de la Segunda Guerra Mundial, empleaba a 5.500 personas. En la actualidad, Hawhorne también se utiliza como campo de entrenamiento y cuenta con instalaciones para pruebas con fuego real o una reproducción de un poblado de Afganistán para entrenar a las tropas que van a ser desplegadas allí. Este “barrio afgano” está formado por estructuras de varios pisos y maniquíes a modo de soldados enemigos que recrean un escenario inquietante en medio de los desiertos y montañas del estado de Nevada.

En 2005, Hawthorne se incluyó en una lista de bases que podrían ser clausuradas, pero finalmente se desestimó, en gran parte por las posibilidades de entrenamiento que ofrece. Además, la experiencia del depósito en la manipulación de sustancias peligrosas lo convierte en el mayor centro de almacenamiento de reservas estratégicas de mercurio de los EEUU. Este metal tóxico se mantiene en recipientes de acero dentro de grandes bidones.

La seguridad en Hawthorne corre a cargo de la empresa privada Day and Zimmerman Hawthorne Corporation, aunque antes estaba protegido por el Cuerpo de Marines. Además de disponer de protección permanente, Hawthorne también cuenta con sus propios servicios de emergencia e incendios. Podríamos decir que en el arsenal todo el mundo sabe por dónde van los tiros.

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miércoles, 6 de febrero de 2013

La derrota más humillante de Napoleón




Aunque Waterloo fue sin duda la peor derrota de Napoleón, no fue la más embarazosa. El enemigo que hizo poner pies en polvorosa al corso conquistador fue… los conejos.

En 1807, el emperador estaba de enhorabuena tras haber firmado la Paz de Tilsit, un importante tratado entre Francia, Rusia y Prusia. Para celebrarlo, sugirió que la corte debería disfrutar de una cacería de conejos vespertina. O, más propiamente, un tiro al blanco.

El organizador del evento fue su hombre de confianza, Alexandre Berthier, que estaba tan deseoso de complacer a su emperador que compró miles de conejos para asegurarse de que habría suficiente “caza” para que todo el mundo se mantuviese ocupado.

Llegaron los invitados, se dio comienzo al acontecimiento y los cuidadores liberaron a los animalitos. Desastre: Berthier había comprado conejos domesticados, no silvestres; y los roedores pensaron –¡vaya equivocación!- que había llegado el momento, no de que los masacraran, sino de que les dieran de comer.

Así que en lugar de correr por sus vidas, miraron alrededor y divisaron a un pequeño hombrecillo con un gran sombrero. Inmediatamente creyeron que era su cuidador con la comida. Los hambrientos conejos se abalanzaron hacia Napoleón a toda la velocidad que les permitían sus fuertes patas (unos 56 km/h).

La partida de caza, ahora sumida en un caos absoluto, no pudo hacer nada para detener la avalancha. Napoleón no tuvo otra salida que correr, tratando de sacudirse a los conejos con sus propias manos. Pero éstos no cejaron en su empeño y empujaron al emperador hasta su carruaje mientras los cocheros trataban de ahuyentarlos a latigazos.

De acuerdo con relatos contemporáneos, el emperador de Francia salió disparado en su coche, comprensiblemente abatido y avergonzado.

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martes, 5 de febrero de 2013

¿Cómo murieron la mayoría de los acusados de brujería en Inglaterra?




No murieron. Al menos ejecutados. Fueron absueltos. E incluso los declarados culpables no perecieron en la hoguera, sino ahorcados.

La percepción popular (recogida y aumentada por los autores esotéricos y especialmente Dan Brown) de que cinco millones de mujeres fueron quemadas vivas en una pira acusadas de brujería en Europa entre 1450 y 1750 es una completa exageración. La mayoría de los historiadores de ese periodo estiman que la cifra de 40.000 es más atinada y que un cuarto de ellos fueron hombres.

En Inglaterra sólo se registraron 200 ejecuciones –al menos, que hayan quedado documentadas en los archivos históricos- de personas acusadas de brujería. Casi todos murieron en la horca. Los escoceses, los franceses, los alemanes y los italianos sí quemaron “brujas”, pero incluso para ellos era más habitual estrangularlos antes y luego quemar el cuerpo en vez de incinerarlos vivos.

En Gran Bretaña, en el periodo que va de 1440 a 1650, sólo se quemó a una bruja por siglo. Margery Jordemaine, la “Bruja del Ojo”, fue quemada en Smithfield el 27 de octubre de 1441; Isabella Billington, en York en 1650 –aunque se la ahorcó antes-; e Isabel Cockie en 1596.

En Inglaterra, una acusación de brujería no terminaba necesariamente en sentencia de muerte. La Iglesia –a menudo responsabilizada de la persecución- no tomaba parte en los juicios. Los acusadores debían demostrar que una bruja les había perjudicado y los jurados ingleses eran sorprendentemente reacios a condenar. El 75% de los juicios terminaban en absolución.

Contrariamente al mito popular de enfervorizadas turbamultas, parece ser que había un considerable rechazo a la idea de la caza de brujas, rechazo compartido por los jueces y la gente ordinaria. La persecución de brujas era considerada supersticiosa, perjudicial para el orden público e innecesariamente cara. La pira de Isabel Cockie, por ejemplo, costó el equivalente a más de 1.000 libras esterlinas actuales.

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viernes, 1 de febrero de 2013

¿Nos resfriamos porque hace frío?


No directamente, pero el frío contribuye de la siguiente forma: cuando una persona tiene frío, se modifica su riego sanguíneo, reduciéndose en las extremidades así como en la faringe, boca y nariz. Y ese es exactamente el problema. La mucosa de la boca y de la nariz son elementos componentes de nuestro sistema inmunológico. Son los primeros en interceptar a los agentes patógenos y procuran evitar que resulten nocivos. Si esos órganos están débilmente irrigados, no trabajan con tanta efectividad.

Entonces los agentes dañinos tienen fácil el juego: los virus penetran y se producen los resfriados. Si esos virus no existieran, podríamos pasar todo el frío que quisiéramos sin que ello nos provocara un enfriamiento. La combinación de unas defensas debilitadas por el frío y la presencia de virus en el ambiente es la que provoca las toses y los estornudos.

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